Origen de los colores de la Bandera
La bandera, los colores y su simbolismo
Los investigadores difieren acerca del origen de los colores de nuestra Bandera Nacional y existen diversas teorías al respecto, aunque algunas tienen elementos en común e inclusive son complementarias en su fundamentación.
Algunos investigadores sostienen que los colores celeste y blanco surgieron cuando la Revolución, nacida en Buenos Aires, debió imponerse al Interior del país, donde se levantaron focos contrarrevolucionarios, tales como: Córdoba, Montevideo, Paraguay y Alto Perú.
En esa ocasión utilizaron los colores porteños, es decir los del escudo de Buenos Aires, existente desde 1649. Éste estaba constituido por un óvalo, en cuyo cuartel inferior se dibujaba un río “plata” (blanco), cuyas aguas se hallan en estado de suave oleaje o rizadas y representaban las aguas del Río de la Plata. El mismo estaba surcado, un poco más debajo de la línea del eje menor del óvalo, por dos barcos o naves en direcciones contrarias (una carabela y un bergantín del siglo XVI) ambos con banderas españolas y vistos por el costado de babor (izquierda). El primero significa la primera fundación de don Pedro de Mendoza, y el segundo, se presume, la fundación de Juan de Garay. En el sector inferior del escudo figuraba un ancla de sable (negro) semisumergida, con la parte de la caña y una uña fuera de la superficie. El ancla representa, desde la Antigüedad, a la ciudad-puerto: puerto natural, fondeadero y asimismo retorno feliz de una navegación. En el campo superior un cielo “azur” (azul) en el que volaba la paloma de la Trinidad. Una paloma blanca, con sus alas abiertas, radiante de rayos solares, que significa el Espíritu Santo, bajo cuya advocación fue colocada la ciudad. Se simbolizaba de esta manera los nombres de la ciudad-puerto.
Uno de los testimonios que avala esta posición es el siguiente:
La correspondencia dirigida por el embajador español en la Corte de Río de Janeiro, marqués de Casa Irujo, al gobernador de Paraguay, Bernardo de Velazco, datada el 8 de abril de 1811, manifestaba lo siguiente:
“Ayer tarde entró aquí un barco procedente de Buenos Aires y cuyo capitán ha declarado que el Sr. Virrey Elío había renovado el bloque con el mayor vigor y que el día antes de la partida de Buenos Aires, el populacho andaba muy alborotado, adornando sus sombreros con lazos azules y blancos y tremolando una bandera en que se veían dos navíos en rumbo encontrado y con un ancla contenida en una corona con varias letras iniciales pero significativas de que no se acuerda exactamente”.
Al comenzar el siglo XVIII y asumir la dinastía de los Borbones en España, se reformaron las banderas y comenzaron a usarse el azul y blanco de la Casa Real, respetándose las aspas de la dinastía borgoñesa que se habían introducido con Felipe el Hermoso, marido de Juana, hija de los Reyes Católicos.
Los historiadores que sostienen que Manuel Belgrano se inspiró en los colores de los Borbones al crear la bandera se basan en que dichos colores estuvieron presentes en el Real Consulado de Buenos Aires, cuyo secretario perpetuo fuera designado en 1794 el propio Belgrano.
Según el Acta de instalación del Consulado la enseña elegida por esa corporación tenía los colores blanco y celeste. Estos colores responden a la banda de la Real Orden de Carlos III, establecida el 19 de septiembre de 1771 por ese rey, quien según algunos tratadistas españoles y americanos se habría inspirado en la túnica y manto de la Virgen en su advocación de la Inmaculada Concepción, declarada Patrona Universal de los Reinos de España e Indias en 1760. La Real Orden de Carlos III fue creada para proporcionar un medio de exaltar y recompensar la lealtad y los servicios prestados por sus súbditos a su real persona. La condecoración que se creó para la Orden pendía de una cinta celeste-blanca-celeste, como la banda de nuestros presidentes, colocada desde el hombro derecho a la faltriquera izquierda.
Carlos III, llegado el momento de determinar los esmaltes de su orden, en un gesto que hiciera “patente” su real voluntad de rendirle un homenaje al reino que Dios le habría dado para regir, en vez de usar los de sus armas (que son: amarillo, rojo y azul) amalgama el metal del mismo (el blanco) y lo funde con el color del campo de su escudo (el azul) obteniendo el color celeste. Por consiguiente, pues, con el plata de España y el azur de borbón, obtiene el medio tono que dará a su Orden, aún vigente hasta los días presentes.
En el famoso cuadro de Francisco de Goya y Lucientes sobre la familia real se observa a Carlos IV usando esta condecoración. Mitre sostuvo a partir de 1878 esta interpretación, basándose en esa pintura, ya que antes había adherido a la tesis que lo relacionaba con el uniforme y penacho de los Patricios.
Según Ovidio Giménez, Belgrano, quien permaneció en España durante ocho años, no podía desconocer los colores de la Orden de Carlos III y su relación con los colores de la Inmaculada Concepción.
Los investigadores que se oponen a esta hipótesis, entre los que se encuentra Patricia Pasquali, sostienen que Belgrano pertenecía al grupo más radicalizado de la Revolución (es decir al morenista) y no podía adoptar una postura “fernandista”, cuando se pretendía la independencia de España y sus monarcas.
Los colores del manto de la Virgen se asocian, como vimos, a los de los Borbones. Guillermo Furlong señala que “al fundarse en 1794 el Consulado, quiso Belgrano que su patrona fuese la Inmaculada Concepción y que por esta causa la bandera de dicha institución constara de los colores azul y blanco. El Padre Salvaire confirma nuestra opinión al afirmar que con indecible emoción cuentan no pocos ancianos, que al adjudicar Belgrano a la gloriosa bandera de su Patria los colores blanco y azul celeste, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad obsequiar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto. Estas palabras fueron tomadas de José Lino Gamboa y de Carlos Belgrano, hermano del general, a quien atribuyeron haberse amparado en el Santuario de Luján”.
Belgrano, vale agregar, juró defender como dogma la Inmaculada Concepción en la Universidad de Salamanca el 6 de febrero de 1793.
Otro de los elementos a tener en cuenta, es lo realizado por Bolívar en Caracas, importante foco revolucionario de América del Sur, al igual que Buenos Aires. “Bolívar, como orador en la Sociedad Patriótica, formula una vehemente instigación a la osadía; el 4 de julio de 1811, Peña, ante el Congreso, hizo valer la opinión, ahora revolucionaria, de Bolívar: ¡Detestamos a Fernando VII! El 8 de julio se hizo conocer la ‘Declaración de Independencia de la Confederación Americana de Venezuela: art. 8: ¿Juráis a Dios y a los Santos Evangelios que estáis tocando, reconocer la soberanía y absoluta independencia, que el orden de la Divina Providencia ha restituido a las Provincias de Venezuela … de toda sumisión a la monarquía española …y conservar y mantener pura e ilesa la santa Religión Católica Apostólica romana, única y exclusiva de estos países y defender el misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María, nuestra Señora? ‘¿Qué tiene que ver el misterio…? Un periódico caraqueño dio la respuesta al enigma.’ El pueblo no apoyaba a los separatistas que se habían escudado en el misterio de Fernando VII. Hubo que recurrir a otro misterio, el de la Inmaculada Concepción, para lograr el consenso del arzobispo y de la sociedad”.
Desde la victoria sobre las armas británicas en la segunda invasión, en 1807, hasta que es partícipe de la Junta de Mayo, en 1810, Manuel Belgrano dedica la mayor parte de su tiempo “al periodismo y a la conspiración”. Es un período sumamente complejo y aparentemente confuso, como en toda época prerrevolucionaria.
En relación a esto último, el propio Belgrano resume magistralmente la situación de aquellos años y su actitud ante la coyuntura:
“Pasa un año, y he ahí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en América, y los americanos empiezan por primera vez a hablar con franqueza de sus derechos[…] Entonces fue que no viendo yo un asomo de que se pensara en constituirnos, y sí, a los americanos prestando una obediencia injusta a unos hombres que por ningún derecho debían mandarlos, traté de buscar los auspicios de la Infanta Carlota [Carlota Joaquina de Borbón era hermana de Fernando VII y esposa de Juan de Portugal], y de formar un partido a su favor, oponiéndome a los tiros de los déspotas que celaban con el mayor anhelo para no perder sus mandos; y lo que es más para conservar la América dependiente de la España, aunque Napoleón la dominara; pues a ellos les interesaba poco o nada, ya sea Borbón, Napoleón u otro cualquiera, si la América era colonia de la España”.
¿A qué está haciendo referencia Belgrano en su Autobiografía?
Napoleón, gracias a la Farsa de Bayona, encarcela a la familia real española, Carlos IV, la reina María Luisa y su hijo Fernando VII (e inclusive sus hermanos varones menores, exceptuando a Fernando IV, rey de Nápoles), y proclama Rey de España a su hermano José. José I de la Casa de Bonaparte será errónea y pérfidamente apodado Pepe Botellas y no fue reconocido por los virreyes de toda América. Estalla entonces en España una sangrienta insurrección popular y se forman Juntas en las distintas ciudades, a nombre de Fernando VII. El 25 de setiembre de 1808 se unifican creando la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino; seguida luego por el Consejo de Regencia de España e Indias en nombre de Fernando VII.
En Portugal la familia real acepta la propuesta del ministro inglés en Lisboa, Sydney Smythe, conocido como Lord Strangford, de trasladar la corona al Brasil y evitar con ello caer bajo el poder napoleónico. Así llega a Río de Janeiro la princesa Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII y esposa del príncipe Juan, heredero de la monarquía portuguesa.
Se forma en Buenos Aires un ‘partido’ carlotista, dentro del cual se destacaba Belgrano junto a Saturnino Rodríguez Peña, Beruti, Hipólito Vieytes y Juan José Castelli, entre otros, que aspiran al establecimiento de un gobierno nacional, una monarquía constitucional, independiente de España, que procura coronar Reina del Río de la Plata a la princesa Carlota Joaquina de Borbón. Así como el blanco-celeste fue divisa de los partidarios del rey Carlos IV de Borbón, sucesivamente lo fue de los de Carlota Joaquina.
Cuando el brigadier general de Sevilla y delegado de su “Junta Suprema”, José Manuel de Goyeneche, llega al Alto Perú para tramitar se reconociese a la Junta, lo hizo trayendo la “Justa Reclamación” y el “Manifiesto” de Carlota Joaquina. El debate sobre si “¿Debe seguirse la suerte de España o resistir en América a los extranjeros?”, se traslada a la Universidad San Francisco Javier de Chuquisaca (Provincia de Charcas) que resultará en el denominado Silogismo de Chuquisaca:
Premisa mayor: “Las Indias son un dominio personal del rey y no de España”.
Premisa menor: “El rey está impedido de reinar”.
Conclusión: “Luego las Indias deben gobernarse a sí mismas desentendiéndose de España”
Este grupo reformista innovador, de los llamados intelectuales o ilustrados, buscaba separarse de España aunque sea apelando a una solución como la carlotina. Piénsese en esos momentos de precipitación de los sucesos que involucraba el porvenir de la metrópoli, las pesimistas novedades que se recibían tardíamente; como dice Ernesto Palacio, “aquí se estaba a oscuras”.
Finalmente el proyecto no prospera, debido, entre otros motivos, a la situación política europea que acelera el proceso revolucionario en el Plata. Belgrano atribuye perspicazmente la falta de éxito del carlotismo a “miras políticas inglesas”.
El grupo liderado por Mariano Moreno era el sector más decidido de los revolucionarios. Moreno, al ser desplazado del gobierno por el grupo moderado o conservador, encabezado por Saavedra, aliado a los diputados del Interior (cuya principal figura era el deán Gregorio Funes), proponía una línea de conducta drástica.
Numerosos testimonios confirman la utilización de los colores celeste y blanco desde el inicio de la Revolución. Seleccionaremos algunos de ellos:
Ignacio Núñez en sus Noticias Históricas consignaba que el 9 de julio de 1810:
“El Ejército marchó de Monte Castro cantando victoria entre las aclamaciones de un concurso extraordinario; y la escena de ese día no se ha reproducido ni se reproducirá en Buenos Aires: los soldados llevaban en sus sombreros la cucarda española amarilla y encarnada, y en las bocas de los fusiles cintas blancas y celestes”.
José de Moldes, gobernador de Mendoza, el 31 de diciembre de 1810 le comunicaba en oficio dirigido a la Junta de Gobierno de Buenos Aires, haber armado dos Compañías de alabarderos, informando que ambas compañías se habían puesto la escarapela nacional, celeste con puntas blancas. Afirmaba haber adoptado para distinguir las graduaciones de los oficiales un sol, el Inti incaico. Solicitaba por último la autorización por parte de las autoridades del uso de una cucarda nacional”.
La Sociedad Patriótica, creada el 21 de marzo de 1811, tenía por objetivo reanimar el espíritu revolucionario y sus miembros llevaban cintillos celestes y blancos prendidos en el sombrero o en el ojal de la solapa, al igual que los regimientos América y Granaderos de Fernando VII, cuyos comandantes, los coroneles Domingo French y Juan Florencio Terrada, fueron activos miembros de esa institución.
En relación con los colores utilizados por la Sociedad Patriótica, documentos de 1811 aseveran que en el mes de febrero de ese año “se descubrieron unas escarapelas cuya significación era la libertad” y que eran “escarapelas fondo celeste pero no se hicieron públicas hasta el mes de marzo y se consagraron el día 23, al quedar constituida formalmente la Sociedad Patriótica en el café de Marco (o Mállco, como lo llama Vicente Fidel López), situado en la esquina del costado de San Ignacio”.
Según el testimonio de Ignacio Núñez, contemporáneo a los sucesos, el presidente Saavedra recibió la denuncia de “que se hacían invitaciones para una reunión armada por medio de agentes que se distinguían con una escarapela blanca y celeste y ordenó prender a los que encontrasen con divisas blancas y celestes y a los que pareciesen sospechosos”. A la una está llena la galería de la Fortaleza que miraba al norte, porque pasaban de ochenta los jóvenes, de menos de veinticinco años. Varios de ellos se presentaron en la galería de su prisión con la cucarda que la había provocado. Y allí el secretario Hipólito Vieytes repitió interminablemente este interrogatorio: “¿Qué sabe ud. de una reunión de ciudadanos? No se pronuncia, por el gobierno, la palabra libertad, que sonaba a oposición, se dice que era una divisa diferente a la que cargan los españoles para combatir contra la revolución”. El coronel French y el teniente coronel Beruti, comandante y segundo del regimiento América, eran cabezas decididas en la organización de la sociedad y contaban con el concurso de los oficiales. El general Belgrano prestaba también su apoyo. Domingo French era hombre que respondía personalmente a Belgrano, y con Beruti eran jefes de los hombres de acción y de los chisperos”.
Alberdi nos ofrece una interpretación poética que no se relaciona con la verdad histórica. En su obra, La Revolución de Mayo, afirma: “España tiene la suya (se refiere a la bandera), nosotros tengamos la nuestra. Para representar la Libertad, que es hija del cielo, nada más lindo que los colores del mismo cielo”.
Al describir la bandera menciona: “El que resplandece sobre nuestras cabezas, nos presenta el diseño así: las manchas blancas del sud, sobre el fondo azulado. He ahí nuestro estandarte: la imagen concisa de nuestro cielo y de una causa que también es hija del cielo, porque es la causa del Evangelio, la causa de la Libertad, de la Igualdad, de la Fraternidad”.