Las Banderas más antiguas
Etimológicamente, la voz española bandera procede de la palabra banda, y esta, así como sus equivalentes persa, visigoda y germánica band, y latina bandum provienen del sánscrito bandhs y equivale a “unión” o “ligadura”, “liga”, “lazo”, así como también de la sánscrita bandh, que significa “amarrar”, “estrechar”.
Fueron los reyes de Castilla, en España, Enrique II (1337-1379) y Juan II (1405-1454), quienes implantaron el ceremonial para el juramento y homenaje a las banderas. Juan II, en 1429, instauró la costumbre de bendecir las enseñas, a las que, por la honra de la nación a la que representaban, se les tributaban los más altos honores como armas reales.
Cuando a resultas de la guerra de sucesión española, arriba al trono de España Felipe V (1700-1746), nieto de Luis XIV e hijo del delfín Luis de Francia y de Mariana de Baviera, que hubo de ser el primer rey de la Casa de Borbón; las banderas tenían un carácter personal o familiar, exclusive el estandarte, guión o pendón real, que se convirtió en divisa de la nación en el siglo XVIII. Se autorizaron sólo tres banderas y luego dos por cada batallón. Con respecto a los colores, en el reglamento de Felipe V, de 28 de febrero de 1707, se ordenó el uso obligatorio de las tres aspas de Borgoña sobre fondo blanco. Se conservaron leones y castillos y se acantonaron los extremos de las aspas con las armas de cada ciudad, provincia o reino y comenzaron a usarse el azul y blanco de la Casa Real, respetándose las aspas.
Refiriéndose pues a los símbolos, si hubo una característica palmaria en los reinados españoles de la rama Anjou de la dinastía Borbón, es la que atañe a la reglamentación de las banderas.
El sucesor de Felipe V, su hijo Fernando VI conservó el mismo escudo que aquel. También se mantuvo la disposición de que en cada regimiento hubiese una bandera coronela y otras tres por batallón. Se previno solamente que las primeras tuviesen, por ambas partes del paño, las armas reales bordadas sobre la cruz de Borgoña. Además del color blanco, introducido en las banderas españolas desde 1504 a 1843, por ser el color de las extranjeras dinastías francesas de borgoña y la de borbón, las banderas de España debieron a la casa de Borgoña, a partir de 1506, la Cruz de San Andrés o cruz aspada, que como su nombre lo indica rememora el instrumento con que fuera martirizado el santo Patrono de ese ducado. La representación constaba en dos troncos puestos en sotuer, árboles toscamente cortados y con sus muñones aparentes.
Respecto de las segundas se dispuso que llevasen tan sólo la cruz sobre cuyos extremos debían aparecer los escudos de armas de los regimientos rematados por la corona real. A estos signos se añadían los de los Batallones Provinciales, Artillería e Infantería y Artillería de Marina. Mientras tanto, los paños eran de seda morada para las banderas de las Reales Guardias Españolas, Batallones de Infantería y Brigadas de Artillería de Marina; de seda azul, Reales Guardias Valonas y Real Artillería, y de seda blanca las de Infantería y Provinciales. La disposición relativa a las dimensiones de las telas, indica, respecto de las de las banderas anteriores, que fueron mayores. No obstante, no hubo modificaciones en la moharra ni en los demás complementos.
La Bandera borbónica blanca con su estampado de la Cruz de Borgoña llevaba a serias confusiones con las banderas o pabellones que izaban los navíos de aquellos estados donde reinaban otros príncipes derivados de los Borbones de Francia (España, Nápoles, Toscana, Parma, Sicilia y la propia Francia). Puede colegirse que ello produjo graves perjuicios a la Armada española, por lo que la sustitución de la bandera marítima debió ser tratada a alto nivel si se observa el artículo 1°, tratado 3°, título 3° de las Ordenanzas de la Armada de 1748, Fernando VI, dice:
“Artículo I: Por ahora usarán todos los navíos de la Armada la Bandera ordinaria nacional blanca, con el Escudo de mis Armas, hasta que Yo tenga a bien disponer otra cosa. Y entre tanto, no enarbolarán otra, sino en las ocasiones, en que es permitida, según estilo de Mar.
Artículo II: De esta Bandera, que es distintiva de los Navíos de la Armada, no podrán usar los de Particulares, sino de la blanca con Cruz de Borgoña. Pero los Navíos, que fueren armados en Guerra, y Mercancía, o solamente en Guerra, podrán añadir, en medio de la Cruz, el Escudo de mis Armas”.
No escapa a las Ordenanzas el dictado de normas sobre cantidades y diseños de las banderas:
“Tendrá cada Batallón tres banderas. Una morada con el Escudo entero de mis Armas en medio, y cuatro anclas, una en cada extremo; las otras dos tendrán en campo blanco la cruz de Borgoña, y con la divisa de la anclas en los extremos. Las banderas irán siempre con su Batallón, aún en los caso de embarcarse para campañas de mar; las de todos los Batallones que estén en un mismo Departamento se depositarán en casa del Comandante de la Tropa […] El Cuerpo de las Brigadas de Artillería de Marina tendrá tres banderas, la una morada con el Escudo de mis Armas en medio, un ancla en dos de sus ángulos extremos y una bomba en los otros. Las otras dos banderas serán blancas, con la cruz de Borgoña y la misma divisa de anclas y bombas en los extremos, y todas tendrán las mismas medidas que las de los Cuerpos de Infantería … A proporción de la Tropa que ha de embarcarse en una Escuadra, se embarcarán también las banderas correspondientes: si fueren dos las Compañías, llevarán una bandera; si cuatro dos; o seis , tres; y así proporcionalmente; si se excediese de este número, sin que sirva de estorbo que las Compañías no sean de su mismo Batallón: las banderas se agregarán a las Compañías que prefieren el número; y a bordo de los navíos se depositarán en la cámara alta, poniéndolas entre sus latas”.
En el momento que asume Carlos III de Borbón el trono español, durante 1759, España, Francia, Nápoles, Sicilia, Parma y Toscana se hallaban gobernadas por familiares muy próximos dinásticamente y poseían banderas blancas semejantes. No obstante, los inconvenientes a resultas de la similitud de los pabellones se reducían a meros asuntos de protocolo, honores o saludos. Mayor peligrosidad resultaba del pabellón británico para su Marina de guerra que era también blanco, con la denominada “Unión Jack” en su ángulo superior.
El 19 de marzo de 1762 se manda a las embarcaciones de comercio no introduzcan alteraciones en sus banderas. Se prohíbe el uso de la bandera azul con cruz de Borgoña blanca, que pese a no ser oficial llegó a emplearse.
Carlos III diseñó, pues, un plan que tuvo en cuenta la formación especializada de los mandos de los oficiales y la configuración de un marco normativo que armonizara la inculcación en la tropa de valores como la obediencia, el sacrificio o el servicio, con la práctica profesional modelada de los hombres de armas en sus diferentes empleos jerarquizados.
Así nacen, en la aspiración de implantar un ejército moderno y eficaz, las Reales Ordenanzas para el Régimen, Disciplina, Subordinación y Servicio de sus Exércitos, sancionadas en San Lorenzo el Real el 22 de octubre de 1768.
En el artículo 10, tratado I, título I de las Ordenanzas Generales, se regula que cada batallón debería tener dos banderas (en lugar de las tres que se había ordenando con Fernando VI) con corbatas encarnadas con las astas de ocho pies y seis pulgadas (237 centímetros) y telas de siete cuartas (146 centímetros) en cuadro:
“La primera blanca, con el escudo de mis armas reales, y las otras de cada regimiento blancas también con la cruz de Borgoña, y en aquéllas y éstas se pondrán a la extremidad de los cuatro ángulos o esquinas las armas de los reinos, provincias o pueblos de donde tomaran la denominación sus respectivos cuerpos, y las divisas particulares que hubieren tenido y usado con mi real aprobación”.
En los cuerpos reales se llevaba, conjuntamente, las aspas coronadas y castillos y leones en los cuatro extremos, atributos de Artillería y de Marina para los de estos cuerpos, las armas del regimiento para los de línea y ligeros y los de las provincias para los Batallones de Reserva o Milicias Provinciales. Los estandartes de Caballería, uno por escuadrón, continúan siendo de damasco o terciopelo de color azul, encarnado o blanco, con las armas reales en el anverso y las del regimiento en el reverso, todos con adornos, flecos, corbatas y galones de oro o plata, según los cuerpos.
Se indicó una variación por Real Orden de 25 de febrero de 1774:
“Ha resuelto el Rey para que no se confundan con las embarcaciones de la Armada las de la Compañía de Comercio de Cataluña; que las aspas de la Cruz de Borgoña de las banderas de estas lleguen hasta sus ángulos; y que los Reales Escudos que ocupan el centro sean solo la quinta parte del tamaño de las mismas Banderas”.
Efectivamente, como vimos, la identidad de colores de las insignias españolas y francesas (distintivo blanco) por pertenecer ambas a la dinastía borbónica generaba confusión sobre todo en el mar, donde no se podía distinguir a los amigos de los enemigos hasta que podían verse los escudos. Carlos III, el rey español, dispuso terminar con el problema, por lo que el 28 de mayo de 1785, a propuesta del bailío fray don Antonio Valdés (a la sazón ministro de Marina) promovió un concurso de diseños, de los cuales presentó doce al monarca. Como resultado de ello se promulgó la Ordenanza General, que en el tratado IV, título I, expresa:
“Para evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la bandera nacional de que usa Mi Armada Naval y demás Embarcaciones Españolas, equivocándose a largas distancias ó con vientos calmosos con la de otras Naciones, he resuelto que en adelante usen mis Buques de guerra de Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las cuales la alta y la baja sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de en medio, amarilla, colocándose en ésta el Escudo de mis Reales Armas, reducido a los dos cuarteles de Castilla y León, con la Corona Real encima; y el Gallardete en las mismas tres listas y el Escudo a lo largo, sobre Cuadrado amarillo en la parte superior. Y que las demás Embarcaciones usen, sin Escudo, los mismo colores, debiendo ser la lista de en medio amarilla y del ancho de la tercera parte de la bandera, y cada una de las partes dividida en dos partes iguales encarnada y amarilla alternativamente, todo con arreglo al adjunto diseño. No podrá usarse de otros Pabellones en los Mares del Norte por lo respectivo a Europa hasta el paralelo de Tenerife en el Océano, y en el Mediterráneo desde el primero de año de mil setecientos ochenta y seis; en la América Septentrional desde principio de julio siguiente; y en los demás Mares desde primero del año mil setecientos ochenta y siete. Tendréislo entendido para su cumplimiento. Señalado de mano de S.M. en Aranjuez, a veinte y ocho de Mayo de mil setecientos ochenta y cinco.
A. D. Antonio Valdés. Es copia del Decreto original. Valdés”.
Entre los proyectos para buques de guerra enseñados al rey Carlos III en 1785 se contaban:
- bandera bicolor, roja y gualda, con tres franjas horizontales,
- amarillas las de los bordes y encarnada la del centro;
- con cinco franjas horizontales,
- amarillas la primera, tercera y quinta, y rojas la segunda y cuarta;
- la misma combinación con los colores invertidos;
- las cuatro siguientes tenían igual disposición que las anteriores, con la sola variante de estar sustituido el color amarillo *por el blanco;
- fondo rojo con una cruz azul, y en ésta un cuadro o fondo blanco, dentro del cual estaba el escudo;
- igual que la anterior, con la única diferencia de ser la cruz amarilla;
- fondo amarillo, cruz grande roja y el escudo sobre la cruz, sin cuadro o fondo blanco;
- cinco franjas, amarillas la primera, tercera y quinta, y azules la segunda y cuarta.
El monarca eligió la primera de las propuestas, como señala el Real Decreto de 28 de mayo de 1785. Junto con el mismo se halló un manuscrito dónde consta:
“Propuesta para la elección de pabellón español y eligió S.M. el primero, con alguna variación sobre el ancho de las fajas”.
No obstante haber elegido el primer modelo de bandera, en que las tres fajas son de igual anchura, Carlos III insistió en que la faja central fuese el doble que las rojas, ocupando con ello la mitad de la bandera y que sus Armas Reales se redujeran a un castillo y un león, sustituyendo a los mismos acuartelados, que figuraban en el proyecto. En la bandera elegida por el rey, como se verá en la próxima ilustración, el escudo se ve compuesto por dos cuarteles, uno de Castilla y otro de León, uso tradicional en la Real Armada desde sus orígenes.
Ahora bien, cabe la siguiente pregunta: ¿Por qué Carlos III se inclina a elegir estos colores encarnado y amarillo? Primitivamente, dice E. Fitte, el rojo fue color característico de los reinos de Castilla y Navarra; el blanco distinguía a los de León, Granada y Aragón Antiguo, y el amarillo sirvió para señalar las posesiones de Cataluña y al Aragón Moderno. Al unirse Castilla y Aragón surgió la bandera roja y gualda (gules y oro), producto de la unión de los colores dominantes respectivamente en la heráldica de esos reinos. No obstante la realidad que fueron comunes estos colores en los escudos de Castilla, León, Aragón y Navarra, entre los motivos de la elección tuvieron su peso sobre la decisión del monarca la facilidad para distinguirlos a grandes distancias (recordemos las mencionadas confusiones con la de otros estados regidos por dinastías borbónicas) e inclusive la calidad y el coste de la lanilla que se empleaba en su confección. Paralelamente, y en cuanto al escudo, puede agregarse que hacia 1492 se advierten los castillos y leones en Castilla, las barras en Aragón y el símbolo parlante de Granada.
En síntesis, el decreto del 28 de Mayo de 1785 determina el uso de dos banderas marítimas: con escudo para su uso en navíos de guerra y sin escudo para uso en las demás embarcaciones. Complementariamente, el 8 de marzo de 1793, el general José de Mazarredo redacta la primera parte de las Ordenanzas Generales de la Armada Real, aprobadas por Carlos IV y que llevan la firma del Ministro Valdés. El uso de las banderas marítimas de tres franjas horizontales, las dos exteriores rojas y la central, de doble ancho, amarilla con las armas reales en su centro (cuyo tamaño era mayor, oscilando entre 6 y 12 varas de largo); que se había limitado con exclusividad a los buques españoles se dispone por las Ordenanzas de 1793 sea extendido a las “plazas marítimas, sus castillos y otros cualesquiera de las costas”, según reza el tratado IV, título I, art. 1º.
Esta era la reglamentación en vigor en 1812, año de la creación de nuestra divisa nacional por Manuel Belgrano. Cuándo el prócer pretexta no tener bandera quiere indicar que el Regimiento 5º de Patricios que mandaba, si bien tenía sus banderas blancas reglamentarias, no poseía la marítima que ondeaba en los navíos de la Real Armada y en las plazas marítimas y que, por tanto, se hallaba obligado a colocar en las baterías de Rosario merced a la disposición Real de 1793. De allí el acto creador de Belgrano que decide mandar a confeccionar una bandera terciada con fajas blancas y celestes para poner en esas baterías y la reprensión del Triunvirato ordenándole subrogarla con la roja y gualda que se alzaba en la sede de Gobierno de Buenos Aires (la Fortaleza), la cual a su vez habría de ser suplantada por la bandera nacional blanca y celeste recién en 1815.
Al momento de crear Belgrano la bandera nacional en febrero de 1812, en las Provincias Unidas rioplatenses estaban vigentes al uso tres banderas: la roja y amarilla (marítima) y las blancas (de dos tipos, para el ejército terrestre).
Respecto de la primera, observamos que el decreto del 28 de mayo de 1785 estableció el diseño de la que primariamente fue la bandera de guerra naval y prontamente se transformó en el pabellón real representativo de la soberanía nacional española.
Por su parte, diferentes eran las banderas, según las ordenanzas militares, que ostentaban las fuerzas terrestres: coronela y de batallón. La citada Ordenanza Militar del Rey Carlos III, de octubre de 1768, reglamentaba las dos banderas que llevaban los batallones y regimientos españoles, en lo que a número y características se refiere.
Ambos tipos, coronela y batallón, eran de tafetán de seda blanca casi cuadradas, de 7/4 de vara por lado (1,47 m por 1,47 m aproximadamente):
- Coronela; en el centro llevaba bordadas las armas reales con la numeración y el título de la unidad combatiente a la que pertenecía. A guisa de ejemplo podemos mencionar la del Regimiento de Infantería Nº 5: su Jefe, el coronel Marcos Gonzáles Balcarce consulta al Inspector General como confeccionarla y la Junta Grande le indicó “que en la coronela [de ese regimiento] se pinten las armas reales y las de la Provincias Unidas a esta metrópoli, poniendo esta ultima en las demás banderas con la cruz de Borgoña” (18 de junio de 1811).
- Batallón; siendo el pendón de guerra, la distinguía de la Coronela que el cuño del rey era reemplazado por la cruz de Borgoña, a la que se agregaba en cada uno de sus extremos el escudo de la población de la que provenía el cuerpo, terminado en una corona. De batallón eran las que exhibía el veterano Batallón de Infantería de Buenos Aires que databa de 1762, disuelto por la Primera Junta en noviembre de 1810.
Otro caso es el de los regimientos de caballería que llevaban un estandarte de damasco carmesí por escuadrón, con el escudo real en su centro bordado en plata.
La investigación documental prueba que las banderas a la usanza española continuaron utilizándose por lo menos hasta dos años después de comenzar a difundirse el uso de la nueva bandera celeste y blanca. Inclusive se dio la circunstancia del empleo de “híbridos de banderas” como la Bandera militar del Nº 1 de Infantería ‘Patricios’ “que en su base es similar a la nacional, distinta de la de reclutamiento y, con el agregado del escudo y cruz de Borgoña similar a otras de la época, según se desprende de la descripción que figura en los ‘Anales inéditos de Potosí’ 1813”.
La bandera nacional más antigua que se conserva está en el templo del convento de la Orden Franciscana de la ciudad de Tucumán. Su origen se encuentra ampliamente documentado, particularmente gracias a la investigación del historiador fray Luis Cano que estudió los archivos conventuales y capitulares de la época revolucionaria existentes en aquella ciudad. Sus trabajos indican que la enseña se empleó durante los primeros años del período emancipador en la escuela de primeras letras de la Orden, la única existente en San Miguel de Tucumán por entonces. Sorprende la escasa atención que le ha dedicado la historiografía pese al enorme significado icónico[1] que posee.
Por muchos años se la exhibió dentro de un cuadro, lo que solo permitía observar su parte central (imágenes 1 y 2). Hasta el inicio de la restauración en curso, iniciada en 2014, su estado de conservación era francamente malo. Estaba profundamente decolorada por la luz y presentaba muchos segmentos quebrados o quemados, a consecuencia de los cambios de temperatura sufridos por la tela y por la acción química de la pintura utilizada. Recientemente el investigador Juan Pablo Bustos Thames pudo analizarla desplegada y da cuenta que mide aproximadamente 2,90 m. de largo[2] por 1,72 de ancho. Consta de tres bandas horizontales asimétricas: la superior posee 71 cm. de alto; la central es de 50 y la inferior tiene unos 51 cm. El citado observa que bien pudo recortarse en algún momento. Esta disposición comprueba un temprano uso de tres franjas (celeste; blanca y celeste) tal como se oficializó en 1816 por ley del Congreso reunido en Tucumán.
La pieza es de seda muy delgada. Los segmentos no expuestos a la luz presentan un vívido color celeste; lo que apuntala la tesis de que las primeras banderas empleaban el color cielo y no el azul.. En el sector blanco, pintado en letras doradas, mayúsculas, puede leerse “Tucumán 1814”. Sobre ambas listas celestes la restauración en curso reveló otras inscripciones, que estuvieron ocultas a la vista mientras se la exhibió en el cuadro; ellas rezan: “A LA ESCUELA DE SAN FRANCISCO (faja superior) DONO DON BERNABE ARAOZ GOBERNADOR” (faja inferior); estas leyendas adoptan una forma convexa, la primera y cóncava la segunda (imagen 3).
Las referencias que aportan Cano, Zenón Bustos y Cabrera permiten datar la bandera en 1812 ya que se la menciona en una carta del superior del convento al provincial de la Orden. Cano destaca también que se inventarió el 7 de octubre de 1813[3]. La documentación capitular indicaría que cuando en 1813 el Triunvirato ordenó celebrar el 25 de Mayo el Cabildo no disponía de enseña alguna, por lo que pidió en préstamo la que tenían los franciscanos; ocurrió lo propio al año siguiente.
Esto no condice con la leyenda pintada en la tela que indica fue donada por Aráoz en 1814 ya que, como vimos, hay constancias de uso previo y que el aludido recién asumió como gobernador a fines de ese año. En consecuencia, la cuestión no está definitivamente resuelta pero es evidente que la enseña del templo franciscano tiene una probada antigüedad.
A partir de los aportes de los historiadores Cano; Rodríguez del Busto y Bustos Thames, hacemos una rápida relación de los principales hechos relativos a esta bandera recordando que fue confeccionada para uso de la escuela que los frailes seráficos tenían en Tucumán; se la empleó como emblema oficial en las Fiestas Mayas de 1813 y 1814 (para 1815 el Cabildo tucumano ya contaba con un ejemplar propio, según resulta del acta capitular del 28 de abril de ese año). Durante ese breve período también se exhibió en los “paseos de los jueves por la Plaza y (en) otras actividades indicadas “por orden del Gobierno”. Por ende, la “bandera del templo de San Francisco”, como se la conoce, tuvo por entonces público y también oficial empleo, pues en las actas capitulares de Tucumán se la califica como “bandera nacional”.
Cuando el Cabildo tucumano obtuvo su propia enseña, fue innecesario requerir la que hoy estudiamos. Previsiblemente siguió usándose en el colegio hasta que la fobia al celeste, propia del régimen de Rosas, determinó su ocultamiento. A comienzos del siglo XX varios investigadores intentaron vanamente llamar la atención sobre tan importante reliquia. Fue parcialmente restaurada en 1920, momento en que se la habría encerrado en el cuadro. En 1945 el emblema fue examinado por el vicepresidente de la Academia de la Historia, Rómulo Zabala y su miembro de número Nicanor Rodríguez del Busto. En 1964, cuando se declaró al templo “monumento histórico nacional” (al decir de Cano), se la colocó a la izquierda del altar mayor y allí permaneció durante medio siglo. En el año 2014 comenzó su restauración con el propósito de exhibirla en el bicentenario de la Independencia nacional.
El singular valor histórico de la pieza y la cifra pintada en su franja blanca, que coincide con la de creación de la provincia de Tucumán[4], determinó que en 1995 se propusiera erigirla como su bandera oficial. La iniciativa fue planteada por el Dr. Miguel Carrillo Bascary al entonces gobernador (Ramón “Palito” Ortega) y a todos los bloques políticos, pero durante el tratamiento legislativo se resolvió aprobar otro diseño. Con ello se generó una dura polémica que aún divide a los tucumanos y que pudo evitarse si se adoptaba el aspecto que presentaba la bandera reliquia.
[1] “La Primera Bandera Argentina de Tucumán”. CANO, Luis. Edición del autor. Tucumán. 1971. Rodríguez del Busto, Nicanor; en diario “La Nación”, Sección Segunda, del 8 de julio, 1945. CARRILLO BASCARY, Miguel; en el anteproyecto de ley que presentó en la Legislatura de Tucumán (expediente Nº 748/110-C-1995). BUSTOS THAMES, Juan Pablo; en el periódico digital “El Siglo”, 2014; El mismo autor publicó, La Bandera del Templo de San Francisco, San Miguel de Tucumán, s.ed., 2014. A principios del siglo pasado hicieron someras referencias a la misma los historiadores Zenón Bustos; Pablo Cabrera; Antonio Larrouy e Ismael Bucich Escobar.
[2] Rodríguez del Busto, que la vio desplegada en 1945 dice que su lado mayor medía 2,80 metros.
[3] Bustos comprueba que esta es la data y no la mencionada por Cano.
[4] Decreto del Directorio fechado el 8 de octubre de 1814.
Esta es la “bandera blanca” a la que Belgrano hace referencia en sus oficios al Gobierno y en la que mandó “pintar las armas de la Soberana Asamblea General Constituyente, que usa en su sello”. Después de hacerla bendecir se la entregó al Cabildo de Jujuy “para que la conservara” con el honor y valor que habían manifestado los dignos hijos de esa ciudad y su jurisdicción, que habían servido en las acciones del 24 de septiembre y 20 de febrero, según así lo escribe Belgrano al Excmo. Supremo Poder Ejecutivo, el 26 de mayo de 1813. A esta donación se refieren los cabildantes jujeños en el Acta del Cabildo de San Salvador de Jujuy de 29 de mayo de 1813, donde se deja constancia de haberle cedido el Gral. Belgrano tal insignia y puesto en mano de ese Ayuntamiento, la “Bandera Nacional [de nuestra libertad civil]”, según reza con el intercalado el Acta Capitular. La histórica insignia se conserva en Jujuy con gran devoción patriótica, siendo la bandera con atributos argentinos más antigua que se conserva y de la cual mayor registro documental ha pervivido.
Esta bandera de Jujuy, no es la que enarbolara en Rosario el 27 de febrero de 1812, sino esta es una bandera blanca que cedió al Cabildo, en recuerdo, habiendo prestado la de su ejército para la víspera y Fiestas Mayas de 1813.
Lo que se conserva es un rectángulo de seda envejecido, de 1,65 m de largo por 1,46 m de ancho. La intemperie hizo que si bien se mantiene el rojo del gorro frigio, el azul de la elipse se ha convertido en una mancha de tierra mojada con reflejos verdosos; el paño se ha patinado con un viejo matiz. En 1815 el coronel Francisco Pico la sacó de Jujuy con el Archivo de la Ciudad, dejando todo en Tucumán, a su paso para Catamarca. A requerimiento del Cabildo de Jujuy en 1816, la devolvió al gobernador Don Bernabé Aráoz. Fue depositada en la Iglesia Matriz, guardada en un principio en un mueble, se la colocó en un asta dentro del templo, cerca de una puerta donde sufrió la acción del agua y la luz. Esto la deterioró. Actualmente se encuentra en la Casa de Gobierno de Jujuy, en una urna o nicho.
Ricardo Rojas se ocupó de su historia en el estudio que le dedicó en el volumen II del Archivo Capitular de Jujuy, donde expresa que Belgrano la habría dado como símbolo de la Soberanía Nacional, para sustituir el antiguo estandarte de los Reyes, que simbolizaba la conquista extranjera. Asegura Corvalán que “esta es una de las sugestiones que más contribuyeron a valorar la insignia jujeña, y hacer de ella un símbolo de nuestra nacionalidad. En él se cifran, por las controversias que ha sugerido su paño, todas las vacilaciones y dudas de nuestra patria naciente antes de 1813, y por las armas de la soberanía que están pintadas en ella, fíjanse los emblemas de nuestra democracia triunfante”.
Gracias a una investigación histórica realizada por el Prof. Julio M. Luqui Lagleyze, se pudo descubrir el origen de esta bandera de la Guerra de la Independencia, que se asocia con la creación del hoy Regimiento de Infantería Mecanizado Nº 7.
Esta Unidad fue creada por primera vez en Cochabamba y desapareció luego del desastre de Huaqui. El segundo R.I. Nº 7 se organizó en la Banda Oriental pero no prosperó. El tercero fue un batallón de negros libertos, creado en junio de 1813 y, comandado por el Teniente Coronel Toribio de Luzuriaga, se dirigió al Alto Perú. El cuarto fue creado, por pedido del Grl. José de San Martín en el Ejército de los Andes, remontando un batallón del R.I. Nº 8.
Precisamente, fue Toribio de Luzuriaga quien, en noviembre de 1813, solicitó la confección de la bandera para el R.I. Nº 7 y propuso para su diseño, lo siguiente:
“Siendo tiempo de formarse las banderas del batallón a mi cargo, espero las órdenes de V.E. sobre las armas que deben ponerse, pareciéndome proponer podrían ser las de la Soberana Asamblea General Constituyente, y las de Buenos Aires, con símbolos de la luz y América del Sur, en los cuatro ángulos”.
Siguiendo la sugerencia del jefe del regimiento, esta bandera es blanca, confeccionada en género crudo, con el escudo de la Soberana Asamblea al centro y, en los ángulos superiores y dentro de círculos rodeados por guirnaldas de rosas, dos barcos semejantes a los que aparecen en el escudo de Buenos Aires a partir de 1744.
Sus emblemas hacen que esta enseña no sea anterior a 1813, pero tampoco posterior a la oficialización de los colores de la bandera de Belgrano, es decir 1816, por lo cual no es una bandera de los Andes.
Resuelta esta incógnita, Luqui Lagleyze muestra un camino verosímil por el cual la misma pudo haber llegado al Museo Histórico Nacional de Montevideo, donde actualmente se encuentra. En una carta escrita por Pedro Bauzá, publicada en el periódico El Siglo, de Montevideo, en 1880, éste se mostró contrario al hecho que la única reliquia del paso de los Andes fuera la que se conserva en Mendoza, ya que, según manifestó, en el Museo Nacional del Uruguay, había dos estandartes del pasaje de los Andes. Expresó, además, que “pertenecieron a nuestros batallones orientales comandados por el general San Martín” y aludió a unos documentos publicados en el periódico Los Debates en 1872, que coleccionaban notas cursadas entre autoridades civiles y eclesiásticas con relación a dos banderas históricas custodiadas en una de las iglesias de Montevideo.
Una de las notas del Ministerio de Gobierno establecía la remisión de las dos banderas antiguas custodiadas en el templo de San Agustín, en la Unión, al museo recién creado y la otra daba cuenta del cumplimiento de la entrega de dichas banderas.
Luqui Lagleyze muestra un camino verosímil a través del cual la bandera del R.I. Nº 7 pudo haber llegado hasta Montevideo. Según las fuentes de 1872 y 1880, la bandera era del Ejército de los Andes, atendiendo lo manifestado por Bauzá y lo certificado por el General Garzón, quien añadía que era de “nuestros batallones orientales que comandó San Martín”.
Entre los batallones orientales se encontraba el Regimiento Nº 9, formado con la 3ª división oriental de Infantería y con los Regimientos Nº 7 y 8, que si bien no eran orientales se formaron con muchos negros libertos de origen oriental. En 1814, el Regimiento marchó al Alto Perú en la expedición al mando del Grl. San Martín. Habiéndose retirado éste del Ejército del Norte, el R.I. Nº 7 intervino en la última campaña al Alto Perú. Fue disuelto tras la derrota de Sipe-Sipe en 1816 y sus restos pasaron a integrar el Regimiento Nº 9.
Probablemente, cuando los restos del R.I. Nº 7 se incorporaron al R.I. Nº 9, también lo acompañó su bandera y cuando este último Regimiento se disolvió en 1820, con la sublevación de Arequito, los orientales volvieron a su tierra. Según el relato, en esa época Manuel Oribe entregó ambas banderas en la Iglesia de la Unión.
La historia de esta bandera es muy interesante porque su recorrido muestra la unión de los pueblos hermanos que intervinieron en la Guerra de Independencia: argentinos, altoperuanos, chilenos, peruanos y orientales.
San Martín tenía un elevado concepto de los símbolos patrios, y conforme a ello, se destaca el realce de la jura de la bandera nacional por el ejército en la ceremonia ocurrida en Mendoza el 5 de enero de 1817. Mitre hace un relato colorido: “Eligió por patrona del ejército a la Virgen del Carmen (recordemos que Belgrano hizo lo propio con la Virgen de la Merced), con la conformidad de sus oficiales”. Mitre agrega: “Para la ceremonia sólo le faltaba la bandera”.
No sabemos el porqué de esta afirmación, existiendo ya bandera, como el mismo San Martín afirma en carta del 12 de abril de 1816 dirigida al diputado cuyano Tomás Godoy Cruz, en donde dice:
“¿Hasta cuándo esperaremos para declarar la independencia? ¿No le parece a Vd. cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón y cucarda nacional, y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos? Estamos seguros que en el fracaso nadie nos ayudará y en la acción ganaremos más de un cincuenta por ciento. Ánimo, ¡que para los hombres de coraje se han hecho las grandes empresas!”.
Habiéndose declarado la Independencia el 9 de julio de 1816, proclamando la “voluntad unánime e indubitable de estas Provincias de romper los violentos vínculos que la ligaban a los reyes de España” e invistiendo en adelante “el alto carácter de nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. Sensible al uso de la bandera consagrado por la costumbre, por soberano decreto del 25 de julio se estableció que “elevadas las Provincias Unidas en Sud América al rango de una nación, después de la declaración solemne de su independencia” se adopta como peculiar distintivo de la nueva nación, en calidad de bandera menor, la “celeste y blanca de que se ha usado hasta el presente, y se usará en lo sucesivo exclusivamente en los ejércitos, buques y fortalezas” hasta que decretada la forma de gobierno más conveniente (que habría de ser monarquía o república) “se fijen conforme a ella los jeroglíficos de la bandera nacional mayor”.
El decreto de julio de 1816 del Congreso Nacional introduce un cambio trascendental en lo relativo al uso de banderas por nuestros ejércitos, comprendiendo su promulgación a las tareas encaradas por los jefes de los ejércitos: del Norte, al mando de Belgrano, y de Los Andes, a cargo de San Martín.
El Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón comunicó la decisión a las autoridades civiles y militares. Por lo tanto, el 24 de septiembre, en el cuarto aniversario de la Batalla de Tucumán, dando cumplimiento al referido decreto en lo que a bandera “generala” se refiere, el general Belgrano ordenó el reemplazo de la Bandera “vieja” por la nueva (es decir la de dos franjas por la de tres). La depositó con toda la reverencia y pompa del caso en la Iglesia de la Merced en Tucumán en 1816. En la proclama que en esa ocasión Belgrano dirigió a su ejército decía: “¡Soldados! Una nueva bandera del ejército os presento para que reconociéndola sepáis que ella ha de ser vuestra guía y punto de reunión. La que acabo de depositar a los pies de nuestra Generala, María Santísima de las Mercedes, sirvió al mismo efecto mientras tuve el gusto de mandaros. No la perdáis de vista en ningún caso, sea próspero o adverso: pues donde ella estuviese me tendréis. Jurad no abandonarla”.
Por su parte, el entonces Gobernador Intendente de Cuyo, San Martín, acusa recibo de la circular enviada el 16 de agosto de 1816 por Pueyrredón, y le responde el 3 de octubre: “tengo a mi vista la circular del 16 de agosto último en que transcribe V.E. la soberana resolución relativa a declarar la bandera menor del estado la celeste y blanca de que ya se hace uso. Con lo que tengo el honor de contestar a V.E. Cuartel General de Mendoza. San Martín”.
En efecto, se le genera a San Martín una encrucijada: ya dispuesto a realizar su campaña a Chile la oficialización de la bandera celeste-blanca-celeste por el decreto de julio de 1816 lo deja sin bandera mayor o “generala”. Por consiguiente, se ve en la necesidad de crear una nueva bandera mayor que pueda usar fuera del territorio de las recientemente independizadas Provincias Unidas en América del Sur (acatando la disposición del Superior Gobierno). Así nace, creada por San Martín, la bandera “generala” o “mayor”, blanca-celeste, dotada de un escudo con la representación de la Cordillera de Los Andes, el que convierte por extensión a la bandera donde se lo coloca, en Bandera “de los Andes”.
Estudios recientes realizados por Adolfo Mario Golman y Francisco Gregoric, en su libro La Bandera de los Andes. Reflexiones sobre la carta que explica su confección, editado en 2014, cuestionan severamente –en base a una detallada investigación histórica- la autenticidad de la carta escrita por Doña Laureana Ferrari de Olazábal, datada en Buenos Aires, el 30 de noviembre de 1856, dirigida a su esposo. Esta carta fue comprada por el Museo Histórico Nacional, dirigido por Antonio Dellepiane en mayo de 1929. Según la tradición, Doña Laureana Ferrari de Olazábal le daba detalles de una cena celebrada en casa de los Ferrari, con la presencia de San Martín, porque éste se encontraba escribiendo sus memorias de la guerra de la Independencia.
En la carta citada Laureana Ferrari de Olazábal manifiesta: “Empezaré por recordarte aquella comida de Navidad de 1816; rodeaban nuestra mesa San Martín en una cabecera, en la otra mi padre, hacia la derecha del que estábamos Remedios Escalada, Las Heras, Dolorcita Prats de Huisi, Mariano Necochea, yo, tú, Merceditas Alvarez, José Melian y Margarita Corvalán; hacia la derecha de San Martín mi tío, Leonor, Manuel Escalada, Merceditas Zapata, mi hermano Joaquín, ElciraAnzorena, Matías Zapiola, Carmen Zuloaga, Miguel Soler y tu hermana Pepa; al terminar la comida y brindar por los presentes y por nuestra patria, San Martín manifestó deseos de que se confeccionara una bandera para su ejército, y nos comprometimos a proporcionarla”. Continúa narrando la búsqueda de la tela hasta llegar a una vieja tiendita, y “cuál no sería nuestra alegría cuando al observar las pocas piezas de tela que había, encontramos justamente una color de cielo como deseaba San Martín”. La adquirieron junto con tela blanca de parecida calidad y “volamos a casa con nuestro hallazgo”.
Inmediatamente Remedios se puso a coser la bandera mientras las damas preparaban la seda para bordar. “De dos de mis abanicos sacamos una cantidad de lentejuelas de oro, de una roseta de diamantes de mamá sacamos varios de ellos con engarce para adornar el óvalo y el sol del escudo, al que pusimos varias perlas del collar de Remedios. En cuanto estuvo hecha la bandera nos pusimos a bordar dirigidas por Dolorcita Prats”. El óvalo fue dibujado sobre la tela mediante una bandeja de plata que acercó Dolores Prats del comedor; parte de la seda roja usada para el gorro frigio fue hervida en agua con lejía hasta que se decoloró lo suficiente como para bordar las manos con un color carne. Prometieron a San Martín que “el estandarte” estaría listo para el 5 de enero y en la madrugada de ese día cumplieron.
Más allá de la veracidad de este relato, es interesante destacar el papel que tuvo la mujer en el proceso revolucionario y en las guerras de la Independencia. Mujeres de todas las clases sociales participaron, ya sea donando sus joyas, esclavos, o bien ofreciendo sus hijos a la Patria. También acompañaron los ejércitos patrios, se desempeñaron como espías, y mantuvieron la economía doméstica mientras sus esposos, padres e hijos actuaban en los ejércitos patrios. Las mujeres mendocinas, como figura en este testimonio, respondieron al pedido de San Martín, de confeccionar la Bandera de los Andes. Otras mujeres (costureras, hilanderas y tejedoras) confeccionaron los uniformes del ejército y los ponchos que cubrirían a los soldados en el duro cruce de los Andes.
A consecuencia de lo explicado, siguiendo la narración de Mitre: “el 5 de enero de 1817, en vísperas de abrir su memorable campana de los Andes, [San Martín] dispuso que se jurase a la vez a la patrona del ejército y la nueva bandera celeste y blanca, inventada por Belgrano en 1812, inaugurada por éste con una victoria en 1813, y recientemente reconocida como bandera nacional por el Congreso de Tucumán, que acababa de declarar la independencia argentina”.
En cuanto al tamaño, vale decir que la bandera fue recortada en sus bordes por encontrarse deteriorada. Es en efecto lógico suponer que el lado de la bandera alejada del asta, se haya deteriorado notoriamente al flamear en los fríos y fuertes vientos de la cordillera, por lo que resultando el sector más afectado, los recortes ocasionan, hoy, a la vista de la histórica bandera, que el escudo quede centrado y desproporcionadamente amplio. Sus medidas eran 1,48 m. por 1,30 m. al momento de ser hallada, pero actualmente es de 1,45 m. por 1,22 m. Respecto de la forma debemos consignar que esta bandera no obedecía a la resolución adoptada por el Congreso referente a un pabellón liso, desprovisto de atributos, ya que la “Bandera de los Andes” constaba de un gorro frigio, un escudo que es una “brisura” y no exactamente el nacional. Esta bandera tuvo sólo dos franjas. Según algunos historiadores, es posible que no fuera de tres, debido a la escasez de sarga celeste existente. Esto llevaría a una reducción del tamaño de la bandera. Sin embargo, nos inclinamos por la perspectiva sostenida por historiadores tales como Félix A. Chaparro, Juan Beverina, Vidal Ferreira Videla, Patricia Pasquali y Guillermo Palombo, es decir que San Martín adoptó las dos fajas como adhesión a la bandera de Belgrano. San Martín mantuvo la disposición bicampal, podemos presumir, por ser así la bandera que Belgrano le entregara con el pedido de que la conservara: “añadiré únicamente, que conserve la bandera que le dejé y que la enarbole cuando todo el ejército se forme”.
Por consiguiente, la enseña de los Andes era similar a la del cuadro de Carbonnier, franja superior blanca y franja inferior celeste, horizontales ambas, con el agregado del escudo de los Andes bordado por las damas mendocinas, en forma vertical, no en el centro sino más cercano al lado del mástil. Así es como se observa en una lámina que representa la batalla de Maipú, grabada por T. E. Brown en Londres en 1819, basándose en el testimonio de José Antonio Álvarez de Condarco, a la sazón sargento mayor de ingenieros del Ejército de los Andes.
Existe en Córdoba en la Iglesia de Santo Domingo depositada en el camarín de la Virgen del Rosario una bandera argentina, conocida con el nombre de “bandera del coronel Pizarro”. Esta enseña es de seda color marfil, con fondo celeste descolorido por el tiempo, de forma rectangular de 75 centímetros por lado, en cuyo centro se destaca bordado en realce el escudo de la Asamblea del año XIII, circundado por una Leyenda en forma de orla que dice: “Livertad, Unión e Yndependencia”. En cinta que le sirve de recuadro léese esta inscripción: “Regimiento de Caballería Nacional de Mendoza. Atravesó los Andes y libertó tres Repúblicas”.
Respecto de la autenticidad y valor histórico de las llamadas “Banderas de Macha”, que presuntamente habría llevado el General don Manuel Belgrano en su campaña libertadora al Altiplano en 1813, se ha podido recabar con fehaciente historicidad la siguiente información:
En el año 1883, el párroco de la capilla de Titirí, en Macha (Estado Plurinacional de Bolivia), descolgó de un muro los cuadros de Santa Teresa que tenían a la manera de marco unas viejas telas fuertemente enrolladas. El Padre Castro descubrió sorprendido que los drapeados que rodeaban las imágenes de la santa eran dos banderas antiguas, rotas, con agujeros de bala y manchas de sangre. Ambas eran de gran tamaño, de más de dos metros de largo por uno y medio de ancho. Sin embargo el sacerdote sólo cambió la manera de mantenerlas ocultas, las plegó, las clavó a la pared y las cubrió nuevamente con los cuadros con las imágenes de Santa Teresa.
En 1885 en ocasión de hacerse una limpieza general en las capillas de Pumpuri y de Titirí, anexos de Macha, detrás de unos cuadros antiguos que estaban en las paredes del altar mayor fueron encontradas dos banderas, clavadas a la pared, que no se veían por estar ambas tapadas por los cuadros. Las mismas, halladas por el cura párroco de Macha, doctor Primo Arrieta, eran “de color azul y blanco, y rojo y azul” (según su carta informe fechada a 4 de noviembre de 1882 dirigida al doctor Telésforo Aguirre, Oficial Mayor de Relaciones Exteriores).
La primera de ellas, denominada “Bandera A” era claramente argentina: tres franjas horizontales, celestes la superior y la inferior siendo, mientras, blanca la central; sin sol, de 2,34 m de largo por 1,56 m de ancho, de seda opacada por el tiempo, descolorida y si bien no tenía desflecamientos mostraba grandes desgarraduras interiores.
La segunda enseña, denominada “Bandera B”, era la más enigmática. Si bien sus medidas eran similares: 2,25m por 1,60 m, y también de tres franjas horizontales, éstas eran, en la equívoca impresión inicial, roja, celeste y roja. Su estado de conservación era más precario que el de la primera.
Las Banderas fueron llevadas a Sucre, y el Arzobispo Monseñor Miguel de los Santos Taborga dispuso que se las coloque en el santuario de la Virgen de Guadalupe.
En conocimiento de estos hechos, el doctor Benjamín Figueroa, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Argentina en Bolivia, pasó un oficio con fecha 4 de junio de 1893 a la Cancillería, reclamando dichas banderas como presuntas reliquias del ejército independiente que el Gobierno del Río de la Plata enviara al Perú.
Una de tales divisas, la denominada “Bandera A”, fue entregada por el Gobierno de Bolivia al Encargado de Negocios ad-ínterin de la Argentina, Dr. Don Alberto Blancas, previa acta labrada el 23 de mayo de 1896 con el doctor Emeterio Cano, Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia. El canciller accedía a entregar, según consta en el documento, “una de las banderas mencionadas en este acto sin embargo de que su Gobierno y la República Boliviana, habrían deseado mantener entre sus recuerdos históricos tan valiosos objetos que simbolizan los esfuerzos comunes empleados por ambos pueblos, a favor de la causa americana”. En la actualidad, la misma se conserva en el Museo Histórico Nacional, sito en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La segunda bandera de Macha, “Bandera B”, conservada en la localidad de Sucre (Bolivia) en el Museo de la Sociedad Geográfica e Histórica “Sucre” presentaba los colores rojo, celeste y rojo. Pero se ha demostrado que el rojo correspondía a la envoltura o funda en que se guardaba (producto de una decoloración), permitiendo observar que los verdaderos colores son: blanco, celeste y blanco. Fue restaurada por especialistas argentinos y bolivianos durante el año 2016.
La falta de documentos fehacientes hasta el día de hoy de ninguna manera autoriza a declarar o rechazar la autenticidad de las llamadas “Banderas de Macha”, motivo por el cual distinguidos historiadores de ambos países están a favor o en contra de esa tesitura.
Las susodichas banderas, halladas, como se dijo, clavadas en la pared detrás del altar mayor en el curato de Macha, en el año 1885, en ningún momento se probó que hubieran pertenecido al Ejército del General Manuel Belgrano, batido heroicamente en Vilcapugio el 1º de octubre de 1813 y en las pampas de Ayohuma el 14 de noviembre del mismo año.
Explica el eminente historiador militar Cnl. D. Juan Beverina que la iglesia de Macha en que fue descubierta la presunta “bandera de Ayohuma”, está situada al noroeste del campo de batalla, a tres leguas de distancia sí, pero que se recorrían en sentido contrario al derrotero tomado por las fuerzas de Belgrano en la retirada de la Batalla. Los restos del ejército patriota, se dirigieron hacia el sur, sobre Potosí, por Tinguipaya y Tarapaya.
Como dicha iglesia está cerca del lugar donde Belgrano libró sus infortunados combates, el hallazgo de esas banderas en 1885 dio pábulo a la creencia de que se trataba de las “banderas de Ayohuma”, asunto no probado históricamente.
Por orden del Arzobispado, las asimismo llamadas “banderas de Macha” fueron trasladadas a Sucre.
El Gobierno de Bolivia, por gestiones del nuestro, hizo entrega en 1896 de una de las mencionadas banderas. La otra quedó en el altiplano, por espontánea y expresa disposición de nuestro Ministro Blancas, como se dijo, y se conserva en el Museo “Casa de la Libertad” en Sucre sirviendo de fundamento a su museo histórico.
Por otra parte, nuestra Academia Nacional de la Historia en su sesión 870 del 23 de julio de 1968 aprobó la iniciativa del eminente historiador y Miembro de Número, Dr. Ernesto J. Fitte, en el sentido de gestionar ante Bolivia la entrega en donación de la otra Bandera de Macha “que se supone, fue llevada por Belgrano al Alto Perú”, elevándose el pedido correspondiente a nuestra Cancillería el 20 de agosto de 1968, donde se explicitan todos los antecedentes sobre las dos Banderas halladas en el curato.
Más aún en esa presentación y como argumento decisivo ofrecieron al Sr. Ministro de Relaciones Exteriores el dictamen presentado el 6 de diciembre de 1958 por los académicos Ricardo Piccirilli, Raúl A. Molina y Humberto F. Burzio, que dice: “Si la Bandera de Macha conservada en el Museo Histórico Nacional, es considerada divisa nacional, la segunda merece las mismas consideraciones históricas desde que fue guardada con idéntico celo como la primera y le corresponde análoga exégesis”. Con todo, siendo la posición más ortodoxa y correcta vale citar por último las conclusiones del dictamen de una comisión conformada en la Academia Nacional de la Historia (sesión del 13 de abril de 1999) dónde se expresa que:
1º “debe recordarse que son diversas y divergentes las opiniones manifestadas por destacados estudiosos con respecto al destino de la enseña enarbolada por el general Manuel Belgrano en las barrancas de Rosario, luego de haber recibido la orden de deshacerla por parte del Triunvirato, sin que ninguno de ellos haya arrojado luz definitiva;
2° “tampoco ha podido determinarse fehacientemente la disposición de los colores de la bandera, dado lo escueto del oficio de Belgrano al Gobierno con respecto al izamiento, materializada el 27 de febrero de 1812, y la existencia de otros testimonios al respecto;
3° “más allá de la dificultad intrínseca de la cuestión, dada la falta de decisivos testimonios al respecto, puede confiarse en que nuevos estudios proporcionen precisiones documentales o análisis interpretativos;
4° “por esta razón la Academia Nacional de la Historia entiende que no es conveniente avanzar en las gestiones diplomáticas ante el gobierno boliviano para solicitar o reclamar la devolución de la aludida bandera, hasta tanto no pueda determinarse fehacientemente su origen y pertenencia”.
Es dable destacar, y esta opinión es compartida por un gran número de los historiadores argentinos, que la Academia Nacional de la Historia, considera en opinión unánime de todos sus académicos que la bandera remitida a Belgrano por el Triunvirato para subrogar (reemplazar) la blanca y celeste por cuestiones de oportunidad política era la encarnada y gualda (roja y amarilla), idéntica a la que flameaba en el mástil de la fortaleza de Buenos Aires.
El Instituto Nacional Belgraniano alega, además, que “poseyendo la Nación Argentina una de esas banderas y habiéndose dejado la otra a la hermana república, va de suyo que no procede de manera alguna gestionar su entrega, salvo expresa y espontánea voluntad de ese país en retribuirla.
La cuestión de lo procedente de la devolución de la bandera de Macha por parte de la República de Bolivia es un asunto sumamente delicado, que puede rozar las buenas y fraternales relaciones con la nación hermana”.
La Bandera que se repatrió, pues, se custodia en el Museo Histórico Nacional y fue denominada “Bandera de Ayohuma”. Se compone de 2 franjas azul celeste y una blanca en el centro. Descolorida y deteriorada, fue restaurada por especialistas argentinos durante los años 2007 a 2009. Por su gran tamaño (2.32 mts de largo y 1.53 mts de alto, aproximadamente) que la emparentan a una Bandera de Batería; por la disposición de sus colores, razones geográficas y de contextualización histórica, e incluso testimonios de oficiales cercanos al General Belgrano; hacen pensar a Beverina, que la bandera nacional encontrada en Macha no es la que Belgrano llevó en 1813 en su desgraciada campaña al Alto Perú y que asistió a los combates de Vilcapugio y Ayohuma. Ello lo expone en su interesante obra “La titulada bandera de Ayohuma”.
En las páginas 31 a 35 de la obra La Bandera Nacional de la República Argentina realizada por el Instituto Nacional Belgraniano y el Ministerio del Interior de la Nación (año 2011) se procura dilucidar el asunto en el mismo sentido:
El descubrimiento de las “banderas de Macha”, ocultadas ex profeso, suscitó controversias y fue el punto de partida de audaces teorías al respecto de la primera bandera enarbolada por Belgrano. Indiscutiblemente, ninguna de ellas pudo haber sido la Bandera que el General Belgrano izó en Rosario el 27 de febrero de 1812, por cuanto el prócer marchó a hacerse cargo del Ejército Auxiliador del Perú, sin haberse enterado de la desaprobación gubernativa, al margen de que en ningún caso pudo haberla llevado consigo en su viaje al norte, en virtud que la Bandera no es patrimonio del Comandante Militar, sino de la Guarnición correspondiente, ahora como entonces. El propio Belgrano lo deja entrever cuando en su Oficio al Gobierno desde Jujuy, el 18 de julio de 1812, señala no haber recibido su oficio anterior acerca del apercibimiento que se le hacía con respecto al uso de la bandera celeste y blanca, y aclara: “ignoro, como he dicho, aquella determinación, los encuentros fríos, indiferentes y tal vez, enemigos; tengo la ocasión del 25 de mayo y dispongo la bandera para acalorarlos y entusiasmarlos, ¿y habré, por esto, cometido un delito? Lo sería, señor excelentísimo, si a pesar de aquella orden, hubiese yo querido hacer frente a las disposiciones de vuestra excelencia; no así estando enteramente ignorante de ella; la que se remitiría al Comandante del Rosario y la obedecería como yo lo hubiera hecho si la hubiese recibido”[1].
No obstante la derrota de Ayohuma, Belgrano había enarbolado la bandera del ejército para que sirviera de punto de reunión a la infantería dispersa. Recuerda el General José María Paz en sus memorias, en cuanto a lo temible o no de la persecución (durante la retirada): “Ésta siguió el día 15 hasta Tinguipaya adonde llegamos por la tarde sin que se dejase sentir al enemigo, para continuar al día siguiente nuestra retirada con un orden tal, que la disciplina más severa se observó en todas las marchas que se siguieron. Allí fue donde, formando un cuadro, se colocó el General (Belgrano) para rezar el rosario, lo que fue imitado por todos”[2].
Belgrano no ignoraba la relevancia del factor moral para la conservación de la disciplina. El coronel Lorenzo Lugones, que tenía diez y seis años, y pertenecía a su ejército en la categoría de alférez, redactó en sus memorias sobre Ayohuma: “nuestra pérdida fue total, se puede decir que todo quedó en el campo de batalla, excepto la bandera que para que se perdiera era preciso que se muriera Belgrano, porque él la llevaba en la retirada”[3].
La “Bandera de Belgrano”, así pues, salvada de los reveses militares, le fue entregada inmácula a San Martín, su sucesor en el mando, como se advierte en su Proclama a los pueblos del Alto Perú, dirigida en Tucumán el 25 de febrero de 1814: “He depositado en sus manos la Bandera del Ejército que en medio de tantos peligros he conservado, y no dudéis que la tremolará sobre las más altas cumbres de los Andes, sacándoos de entre las garras de la tiranía y dando días de gloria y de paz a la Amada Patria”[4].
Belgrano abandonó Tucumán, en medio de las mayores manifestaciones de afecto por parte de la sociedad y del ejército. Estando Belgrano una temporada en Santiago del Estero, reanuda su vinculación epistolar con San Martín. En lo que a nuestro tópico interesa vale citar el último párrafo: “He dicho a Ud. lo bastante; quisiera hablar más, pero temo quitar a Usted su tiempo y mis males tampoco me dejan; añadiré únicamente que conserve la bandera que le dejé y que la enarbole cuando todo el ejército se forme[5].
[1]Archivo General de la Nación, Sala X, 44-8-29.
[2]José María Paz, Memorias Póstumas, Buenos Aires, Biblioteca del Oficial, anotada por el Teniente Coronel Juan Beverina, 1924, tomo I, p. 180.
[3]Cfr. Lugones, Lorenzo, Recuerdos históricos sobre las campañas del Ejército Auxiliar del Perú en la Guerra de la Independencia, Buenos Aires, 1888.
[4]A.G.N, Sala VII, Nº 2566 (628). C.N.P.H. Donación del Dr. J. E. Uriburu, Archivo del Gral. Arenales. “Belgrano.1813-1814”, p. 79.
[5]Carta del Gral. Belgrano al General San Martín desde Santiago del Estero el 6 de abril de 1814 en Museo Mitre, … , Manuscritos, 2, 278.