Nos interesa destacar la actuación de Manuel Belgrano como militar. Si bien él era abogado y se había desempeñado de manera brillante como Secretario del Consulado, las circunstancias políticas que se viven fundamentalmente a partir de Mayo de 1810, hacen que actúe como militar, para defender a la Patria Naciente.
A pesar de no tener formación militar, se esmeró tanto en el desempeño al mando de las tropas que mereció los elogios de San Martín, quien dijo “Es lo mejor que tenemos en la América del Sur’’, y Mitre expresa “fue el héroe o el mártir de la Revolución, según se lo ordenase la ley inflexible del deber”.
Durante la primera invasión inglesa, Belgrano es llamado a prestar servicios como capitán de milicias urbanas, rango que poseía ad honorem desde hacía diez años. En tal ocasión advierte, tal como lo expresa en su Autobiografía, las dificultades para completar los efectivos de la tropa, porque era “mucho el odio que había a la milicia en Buenos Aires’’.(1)
Se ha reiterado que Belgrano fue “un general improvisado, militar por casualidad’’, a lo cual colaboró él mismo con la particular modestia con que consideró siempre su propia conducta y en especial, sus comienzos militares. Pero la historia militar nos enseña que ningún general improvisado logró éxito en su desempeño, alcanzando dignidad en la victoria y grandeza en la derrota, como alcanzara Belgrano en Tucumán y Salta y en Paraguary, Tacuarí, Vilcapugio y Ayohuma. Belgrano superó su falta de formación militar temprana, imponiéndose la exigencia de servir con dignidad a la Patria, que se hallaba en grave peligro.
La vocación militar se impone a Belgrano cuando en 1806 por falta de preparación militar Buenos Aires sufre la humillación de ser subyugada por el invasor extranjero. En esas circunstancias resuelve consagrarse al aprendizaje militar básico “por si llegaba el caso de otro suceso igual al de Beresford, u otro cualquiera, de tener una parte activa en la defensa de mi patria, agregando que no era lo mismo vestir el uniforme militar que serlo’’.
Estudia las prescripciones militares de la época, fundamentalmente influidas por las Ordenanzas de Carlos III, código moral que regía todas las actividades funcionales y disciplinarias en guarnición y en campaña, tanto en el servicio, en el combate, en lo espiritual y jurídico. Estas Ordenanzas que datan de 1768, aún perduran en el espíritu de algunos de los reglamentos actuales y en el Código de Justicia Militar vigente.
Las Ordenanzas prescribían en uno de sus artículos que el verdadero espíritu de la profesión militar se basaba en el valor, la prontitud en la obediencia y gran exactitud en el servicio. El espíritu de Belgrano, hombre disciplinado y austero, se adaptaba perfectamente para la vida militar.
En 1806, ante la primera invasión inglesa, Belgrano se somete al aprendizaje “de los rudimentos más triviales de la milicia…tomando un maestro que le diese nociones más precisas y le enseñase el manejo de las armas’’.
Belgrano se desempeñó dignamente en la Expedición al Paraguay, en donde si bien fracasó desde el punto de vista militar, obtuvo un triunfo diplomático al llevar el espíritu revolucionario al Paraguay.
Como General en Jefe del Ejército del Norte obtuvo las dos grandes victorias de Tucumán y Salta, que le permitió decir a la hora de su muerte “dejo dos hijas inmortales; Tucumán y Salta”.
Sufrió múltiples sinsabores, tales como el proceso de 1811, por su desempeño en la campaña al Paraguay. Finalmente la Junta reconoce el 9 de agosto de 1811 que “…Manuel Belgrano se ha conducido en el mando de aquel ejército con un valor, celo y constancia dignos del reconocimiento de la Patria; en consecuencia queda repuesto en los grados y honores que obtenía …’’.
Trabó una profunda amistad con José de San Martín cuando fue reemplazado por éste en el cargo de General en Jefe del Ejército del Norte. Ambos, si bien muy diferentes entre sí, son las figuras más representativas de la gesta de la emancipación argentina.
San Martín y Belgrano intercambiaron una correspondencia por demás interesante. En una de sus cartas, Belgrano le dice a San Martín; “Conserve la bandera que le dejé; que la enarbole cuando todo el ejército se forme; que no deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra generala, y no olvide los escapularios a la tropa. Deje usted que se rían; los efectos lo resarcirán a usted de la risa de los mentecatos, que ven las cosas por encima. Acuérdese usted de que es un general cristiano, apostólico romano; cele usted de que en nada, ni aun en las conversaciones más triviales, se falte el respeto de cuanto diga a nuestra santa religión’’. (2)
San Martín le escribió a Tomás Godoy Cruz el 12 de marzo de 1816, tras el fracaso del general José Rondeau en la tercera campaña al Alto Perú, culminada en la derrota de Sipe Sipe: “En el caso de nombrar a quien deba reemplazar a Rondeau, yo me decido por Belgrano; éste es el más metódico de lo que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame que es lo mejor que tenemos en América del Sur.’’
Las luchas civiles entre los caudillos del Litoral, López y Ramírez, liderados por Artigas, y el gobierno del Directorio, obligaron al Ejército del Norte, bajo el mando de Belgrano a participar en éstas. Sin embargo, Belgrano aceptó de buen grado el acuerdo firmado por Viamonte, su subordinado, con López, en 1819.
Después de haber dedicado su vida a su Patria, se retira gravemente enfermo y prácticamente en la indigencia, a morir en Buenos Aires. El dolor por las luchas internas, hace que antes de morir diga; “Ay, patria mía”.
- Emilio BOLON VARELA, Espíritu militar de Manuel Belgrano. En; INSTITUTO NACIONAL BELGRANIANO DE LA REPUBLICA ARGENTINA, Manuel Belgrano, los ideales de la patria. Buenos Aires, Manrique Zago ediciones, 1995, pp. 129-132.
- Diego Alejandro SORIA, La amistad entre San Martín y Belgrano. En; op. cit., p. 146.