Enfermedades

Sus enfermedades

A lo largo de su vida, Belgrano padeció distintas enfermedades. Estas permiten valorizar al ser humano que supo sobreponerse a las mismas y cumplir con sus obligaciones civiles y militares. Es conmovedor saber que en vísperas de la Batalla de Salta, y al amanecer de ese mismo días, 20 de febrero de 1813, Belgrano tuvo vómitos de sangre. Se pensó que tendría que dirigir la batalla desde un carruaje, que se conserva en el Museo Histórico de Luján, posteriormente los vómitos cesaron y Belgrano pudo montar a caballo, y recorrer todo el frente de batalla. El general Paz ratifica el episodio en sus Memorias Póstumas. (1).

No existen antecedentes patológicos en la infancia y la adolescencia de Belgrano. Su patología comenzó con el retorno al país en 1794, cuando se hizo cargo de su función de secretario del Consulado. Siendo secretario del Consulado tuvo que enfrentar grandes desilusiones, como él mismo lo consigna en su Autobiografía: ”no puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el Rey para la Junta, quienes lejos de cumplir con la misión encomendada, de propender a la felicidad de las provincias del virreinato de Buenos Aires, eran todos comerciantes españoles, exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista a saber comprar por cuatro para vender a ocho”. Se consagró a dar realidad a sus ideas pero chocó con una muralla de intereses, con la ambición y el deseo de lucro de los comerciantes. Belgrano impedido de luchar contra el ambiente hostil se desmoralizaba y confiesa que su ánimo se abatió. En esta etapa sus padecimientos fueron de índole espiritual y orgánica. En diferentes oportunidades debió solicitar licencia por verse aquejado de diferentes dolencias. (2)

Una de las enfermedades que padeció fue “el mal de Castilla o de Marsellas”, denominado actualmente blenorragia, enfermedad muy difundida en Europa. Esta la contrajo en su época de estudiante en la Metrópoli. Fue atendido por esta dolencia por los facultativos más prestigiosos que había en Buenos Aires en aquellos tiempos. Estos eran el Doctor Miguel Gorman del Protomedicato, y los licenciados Miguel García de Rojas y José Ignacio de Arocha. Esta enfermedad lo obligó a solicitar repetidas licencias siendo secretario del Consulado y a concurrir a Maldonado, donde residió algún tiempo, al igual que en la Costa de San Isidro, en procura de descanso, logrando una moderada mejoría. Para su tratamiento le fueron suministrados sales y iodo. (3)

También es posible, como lo señala Molinari, en su trabajo, que padeciera alguna afección reumática, tan frecuente en nuestros climas. La reunión de ambas afecciones, sífilis y reumatismo, podría ser la causa que lo obligara a mudar de país a otro más adecuado, según se lo recomendaban los facultativos.

En 1800 Belgrano padeció una afección ocular, un principio de fístula en ambos conductos lagrimales. (4) Por épocas la supuración se intensificaba y le impedía trabajar. Enterado de esta dolencia el Rey lo invitó a que pasase a España a curarse. Le concedía licencia por un año con goce de sueldo. Belgrano rechazó el ofrecimiento, firme en su convicción de anteponer su patria a su persona y enfermedades.
La supuración se transformó en fístula, que mejoró pues llegó a ser casi imperceptible según el testimonio de Balbín y el retrato de Goulu. (5)
Estando en el Ejército del Norte sufrió distintos padecimientos. Ya mencionamos los vómitos de sangre que padeció previo a la batalla de Salta. Se supone que provienen del aparato digestivo, porque tienen una iniciación y una terminación bruscas, en oposición a la hemoptisis, sangre proveniente del aparato respiratorio, en que la duración es más prolongada.

Posteriormente durante sus campañas militares, según Molinari, volvieron a repetirse los vómitos de sangre. Ello se debe a las tensiones emocionales que se viven frente a una batalla, acrecentadas por la responsabilidad de dirigir la acción. Algunos autores afirman que los vómitos de sangre que tuvo Belgrano se debieron a una úlcera de stress, que curó bien, no pasó a la cronicidad y por lo tanto no se halló en la autopsia. (6).

Otra de las enfermedades que padeció fue el paludismo. Con fecha 3 de mayo de 1815, el héroe envió una comunicación al gobierno en la que manifestaba: “Estoy atacado de paludismo-fiebre terciana, que me arruinó a términos de serme penoso aún el hablar; felizmente lo he desterrado y hoy es el primer día, después de los doce que han corrido que me hallo capaz de algún trabajo.”(7)

En estas condiciones físicas efectuó Belgrano la campaña del Altiplano, a la que debe agregarse el factor anímico descripto por el mayor Loza quien señaló: “que la salud de Belgrano es un elemento que debe tenerse en cuenta, su espíritu estaba amargado por la continuas exigencias del gobierno y decaído por las rivalidades y ambiciones de los jefes de los cuerpos”. (8)

Como tratamiento del paludismo se empleaba la quina, planta oriunda de América, y Belgrano la utilizó según consta en su correspondencia.
En todo el periplo por el Altiplano y el viaje a Buenos Aires le acompañó su gran amigo y abnegado médico, el Doctor Joseph Readhead.
En el año 1815 fue comisionado conjuntamente con Bernardino Rivadavia para realizar una gestión diplomática en Inglaterra. Según Cutolo llegó enfermo a Londres. Posteriormente a esta cita no se encuentra referencia alguna respecto a su enfermedad. (9)

La curación del paludismo se debió a que tomó la quina y se apartó de la zona de endemia. La enfermedad duró desde la Batalla de Salta, en 1813, hasta la misión cumplida en Inglaterra., prácticamente dos años, que es el lapso que se estimaba tardaba en aquella época curarse de esa afección.

Asimismo, el general Belgrano sufrió padecimientos gástricos, se indigestaba con facilidad, es decir tenía una dispepsia que significa digestión difícil. En el caso de Belgrano se trató de la forma hiposténica, que se debe a un déficit de jugos digestivos. Esta afección se vio agravada por las duras condiciones que debió soportar en las campañas militares, donde en algunas circunstancias llegó a escasear la alimentación.
Entre 1815 y 1818 no se han hallado referencias patológicas. Las referencias aparecen a partir de 1819. Mitre en la gran biografía que realizó del prócer, resalta la disminución psicofísica de Belgrano, diciendo que sus enfermedades “son del cuerpo y el espíritu”. No obstante sus padecimientos de salud, Belgrano aceptó su designación como Jefe del Ejército del Litoral. En su fuero interno le causaba repulsa la lucha entre hermanos. La primera referencia a su enfermedad, que al año siguiente le llevará a la tumba, está consignada en una carta que desde la Posta de la Candelaria, escribió el 7 de abril de 1819, al Coronel Ignacio Alvarez Thomas, en la que le manifestaba estar afectado del pulmón y del pecho, y además del muslo y pierna derechos, por lo cual lo tenían que ayudar a desmontar. (10)

Esta primera referencia a su mal al pecho y el pulmón, la ratificará un año después en nota que dirigió a Manuel de Sarratea, Gobernador de Buenos Aires, el 13 de abril de 1820, en la cual especifica que “su enfermedad comenzó el 23 de Abril de 1819”. (11)

Las duras condiciones que debió soportar no favorecieron para nada su cura. En mayo de 1819 se instaló en Cruz Alta, localidad situada al sur de la Provincia de Córdoba, donde vivió en un mísero rancho, sin ningún tipo de comodidades, debiendo soportar la humedad y el frío.
Al acercarse la primavera el ejército se trasladó a la Capilla del Pilar, sobre el Río Segundo, nueve leguas distante de Córdoba. La gravedad de la dolencia de Belgrano, obligó a que lo atendiera el facultativo Doctor Francisco de Paula Rivero, quien diagnosticó una “hidropesía avanzada”. A pesar de su enfermedad Belgrano no aceptó acompañar al gobernador de Córdoba, Doctor Manuel Antonio de Castro, hasta la ciudad de Córdoba, para ser atendido como merecía. Fueron sus palabras: “La conservación del ejército pende de mi presencia; sé que estoy en peligro de muerte, pero aquí hay una capilla donde se entierran los soldados y también se puede enterrar a un General”.

Finalmente sus males se agravaron y el 11 de septiembre entregó el mando al general Francisco Fernández de la Cruz y partió hacia Tucumán, con la esperanza de mejorar allí su salud al cambiar de temperamento.

Llegó muy grave a Tucumán, y en esa ciudad no sólo no encontró alivio sino que debió soportar vejámenes. El 11 de noviembre estalló un movimiento que derrocó al Gobernador don Feliciano de la Motta. El jefe del levantamiento fue el Capitán Abraham González, quien intentó colocarle una barra de grillos a Belgrano, quien se encontraba enfermo y con graves edemas. No pudo realizar su propósito por la enérgica y decidida acción del Doctor Redhead, médico y amigo del prócer. Pero Belgrano quedó detenido, con un centinela que montaba una guardia en la puerta.

Cuando Bernabé Araoz se hizo cargo del gobierno lo puso en libertad. El prócer permaneció tres meses en Tucumán, teniendo como únicos amigos a su médico Josef Redhead y a Balbín. Finalmente, Belgrano tomó la decisión de irse a Buenos Aires.

En todo el trayecto no recibió hospitalidad por parte del estado. Le negaron auxilio los gobernadores Ibarra de Santiago del Estero y Díaz de Córdoba. El desprecio y la indiferencia se ensañaron de nuestro héroe en las etapas finales de su vida. La gente olvidó a una de las glorias más puras, junto con el General José de San Martín, de la independencia americana.
En 1820 se produjo la caída del Directorio, el nacimiento de Buenos Aires como provincia federal, y un período de crisis en el cual se alternaron distintos gobernadores. Belgrano falleció el 20 de junio de 1820 a las 7 horas. Le practicaron la autopsia y lo embalsamaron los doctores Joseph Redhead y Juan Sullivan. De acuerdo a su deseo fue amortajado con el hábito domínico y enterrado en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo.

El patólogo Sullivan señalaba que sacó gran cantidad de agua; que encontró un tumor duro en el epigastrio derecho; el hígado aumentado en volumen, al igual que el bazo; los riñones desorganizados, los pulmones colapsados, el corazón hipertrofiado. La descripción parece coincidir con el diagnóstico de un carcinoma hepatocelular; un tumor de gran tamaño, con nódulos en la superficie, tejido duro por la cirrosis portal que suele asociarse; ictericia y ascitis; la gran cantidad de líquido que extrajo Sullivan indicaría la invasión neoplásica de la vena portal. Otros autores nos hablan de una cardiopatía orgánica total como causa de la muerte del prócer. (12)

Más allá del sufrimiento que experimentó Belgrano en esta cruel agonía, podemos rescatar al fidelidad del Doctor Redhead, quien cumplió con el sentido misional de la medicina, expresado en una sentencia: “Curar cuando se puede, aliviar a veces, pero consolar siempre”. Redhead recibió como testimonio de gratitud del prócer el reloj y el carruaje que en vida acompañaron a Belgrano, quien al darle el obsequio expresó: “Estoy tan pobre que no tengo nada más para regalarle”.

Belgrano no sólo fue el precursor de la gesta de mayo e iniciador de la empresa de la emancipación americana, sino también un héroe y mártir de la argentinidad. (13).

  1. Véase: Mario S. Dreyer, Horacio E. Timparo y Laureano R.A. García Dadoni, Belgrano. Semblanza, enfermedades, obra. Monte Grande, 1989, p. 36.
  2. Mario S. Dreyer, Horacio E. Timparo y Laureano R.A. García Dadoni, op. cit., p. 30 y Bartolomé Mitre, Historia del General Belgrano y de la Independencia Argentina, Buenos Aires, 1988, t.I, p. 59.
  3. José Luis Molinari, Belgrano Manuel. Sus enfermedades y sus médicos. En: Historia, n 20, 1960, p.p. 100-101.Citado por: Mario S. Dreyer, Horacio E. Timparo y Laureano R.A. García Dadoni, op. cit., p. 33.
  4. José Luis Molinari, op. cit., p. 104, citado por Mario S. Dreyer, Horacio E.Timparo y Laureano R.A. García Dadoni, op. cit., p. 34.
  5. José Celedonio Balbín, Anales de Belgrano, T. I, p. 255, citado por Mario S. Dreyer, Horacio E. Timparo y Laureano R.A. García Dadoni, op. cit., p. 38.
  6. Mario S. Dreyer, Horacio E. Timparo y Laureano R.A. García Dadoni, op. cit., p. 38.
  7. Archivo de Belgrano, T. IV, p. 121 y José Luis Molinari, op. cit. P. 106, citados por Mario S. Dreyer, Horacio E. Timparo y Laureano R.A. García Dadoni, op. cit., p. 39.
  8. Emilio Loza, La guerra terrestre 1814-1815, Academia Nacional de la Historia, Historia de la Nación Argentina, T. IV, 1 Sección, p. 129. Citado por Mario S. Dreyer, Horacio E. Timparo y Laureano R.A. García Dadoni, op. cit., p. 39.
  9. Vicente Cutolo, Diccionario, p. 373, citado por Mario S. Dreyer, Horacio E. Timparo y Laureano R.A. García Dadoni, op. cit., p. 41.
  10. Mario S. Dreyer, Horacio E. Timparo y Laureano R.A.García Dadoni, op. cit., p. 43.
  11. Mario Belgrano, Historia de Belgrano, p. 361, citado por Mario S. Dreyer, Horacio E. Timparo, op. cit., p. 43.
  12. Arturo Ricardo Yungano, Testamento y muerte de Manuel Belgrano. En: I Instituto Nacional Belgraniano, Manuel Belgrano. Los ideales de la patria. Buenos Aires, Manrique Zago ediciones, 1995, p. 95.Véase Mario S. Dreyer, Horacio E. Timpano y Laureano R.A. García Dadoni, op. cit..
  13. Mario S. Dreyer, Horacio E.Timparo y Laureano R.A.García Dadoni, op. cit., p. 85 y Francisco Mario Fassano, cuyo título de su libro es Belgrano: Precursor, héroe y mártir de la argentinidad.
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