El Estadista

RECONOCIMIENTO DEL TERRITORIO

+EL PAIS DE TRUPTU

Existía un creciente interés de parte de las autoridades metropolitanas y rioplatenses en el período de la gobernación y especialmente en el virreinato, en relevar el territorio de la zona pampeana y patagónica, con la idea de alcanzar el reconocimiento de los ríos Colorado y Negro. La acción de los misioneros del lado chileno, fue también muy importante porque alcanzaron la zona del actual lago Nahuel Huapi instalando reducciones y pueblos.

El gobierno virreinal, el Cabildo de Buenos Aires y la Audiencia, realizaron una tarea encomiable, que se refleja precisamente en la enorme cantidad de mapas, diarios y documentos.

Los conflictos provocados por el cierre del puerto de Buenos Aires al comercio exterior, obligaron a recomponer los caminos para poder comerciar con el Alto Perú (Bolivia) y Chile. Existía la necesidad de recrear nuevas rutas hacia Chile. Entre 1784 a 1787 y 1789 a 1790, se intensifican las expediciones, tratando de contener a los indios y al mismo tiempo realizar nuevos reconocimientos geográficos. Se buscaba articular el camino de La Pampa hacia Cuyo y el sur patagónico con Chile.

Aparecía la opinión general al crearse en ese tiempo el Consulado de Buenos Aires, sobre la necesidad que este cuerpo se encargase de los distintos relevamientos territoriales al tiempo de levantar un mapa de todo el Virreinato. Belgrano, como secretario del Consulado, fue el promotor más entusiasta pues entendía que era necesario contar con una cartografía seria, para estimular el transporte y dar seguridad a la marina.

Por otra parte, la entrada de los españoles al territorio rioplatense había dado lugar a la creación de fábulas, motivadas por el deseo de encontrar metales preciosos. Así apareció la de la ciudad de César o de los Césares o aquella otra de la Sierra de la Plata y el Rey Blanco. Otro mito provoca las nominaciones de Elelin, Lilín, Trapalanda o Trapananda en busca de la ciudad de la sal. Todos estos mitos arrastraron a frailes, guerreros y aventureros que mantuvieron viva la esperanza de descubrir la ciudad perdida. Estos dejaron constancia en sus relatos, diarios, memorias y mapas, fortaleciendo la topografía en los siglos XVIII y XIX.

Las apreciaciones de geógrafos, pilotos y cartógrafos le permiten a Belgrano avizorar su gran utopía, lejana pero real: el país del Truptu en la Patagonia.

El país del Truptu comprendía la actual zona limítrofe con Chile, que se extendía desde el sur de Mendoza hasta el Neuquén y de éste al río Negro, alcanzando el río Colorado así también la región del Nahuel Huapi. Son relevantes los informes de Sourriere de Souvillac, así como los de Justo Molina de Vasconcellos, Luis Hernández y José del Cerro y Zamudio- este último comisionado por el gobierno de Chile para descubrir el camino libre de nieve, partiendo de la ciudad de Talca a Buenos Aires. Sus informes permitieron a Belgrano formarse una idea más sólida de estos lugares.

Belgrano entró en contacto con Cerro y Zamudio en el Consulado, así como con los caciques y gentes que traían relación con este camino. Estos caciques eran: Doña María Josefa Roco, Caripan Antipan, la sobrina de ambos Doña María del Carmen Quinquipan y un sobrino también de ambos, Don Juan Necuante. Se les preguntó con respecto al conocimiento que éstos tenían del Rey de España y sus dominios, al tiempo que se les mostró su retrato. Contestaron que sí. Seguidamente, se les preguntó ¿si deseaban ser cristianos católicos y tener iglesias en sus tierras? Estos respondieron afirmativamente.

Los indios detallaron el camino del Valle Hermoso y Valle Grande, para pasar sin impedimento la Cordillera de los Andes a Talca. Los indios hicieron referencia de un Portezuelo pequeño, que era largo como la sala del consulado, donde había abundancia de pasto, aguada, leña y no ofrecía peligro para los españoles. Del Cerro y Zamudio exhibió una serie de productos de la región: avellanas y piñones así como cueros de carnero, que tenían exquisita lana y otros cueros que llamaban “de chancho”, que parecían de verdadero jabalí.

La Junta del Consulado deseando atraer a los indios y sus parientes, les regaló a cada cacique $32 y a cada uno de los otros $25 y a otro conciliario llamado Serra, se le libraron $ fuertes 200, porque los había traído. El Consulado proyectó en ese momento incorporar esas regiones, al tiempo de reducir a las naciones indias para el bien de la Religión y del Estado, como para que el comercio tuviera camino franco a Chile. Se favoreció al Capitán de Milicia Provisional de la Capitanía de Chile, Don José de Cerro y Zamudio, con una recompensa.

En 1805-1806, Belgrano eleva al virrey Sobremonte una serie de informes y documentos, planos y mapas, con respecto a este proyecto regional, formándose un expediente. Agregaba una carta e informe del cura de Talca, referida al camino del Valle Hermoso y Valle Grande. Solicita se dicten algunas providencias para atraerse la voluntad de los indios, que poseen terrenos por donde se deben pasar al tiempo de atraerlos a través del Evangelio al dominio de nuestro soberano.

En ese tiempo Belgrano logra obtener mayores informaciones sobre el país del Truptu , pues a mediados de octubre y, en presencia de varios funcionarios del Consulado de Buenos Aires, llegaba Don Juan Rosales Yaupilaugien, hizo del cacique Juan Caniulaugien del país del Truptu. Estos venían acompañados por un primo hermano, Don Juan de Dios Dumuiguala, y un sobrino Don Juan Llumullanea. Ellos informaron sobre las Abras que tenía la Cordillera. Estas eran: Valle Hermoso, Alico, Antuco, Villucurá, Santa Bárbara, Longuinai, Chagne, por donde habían pasado para atravesar la tierra y la zona de Llaima.

Hicieron una descripción pormenorizada del camino recorrido y contó Juan Rosales acerca de los méritos de su padre y antecesores para con los españoles. Venían encomendados al señor Pino (Virrey del Pino) y traían cartas y pasaportes. Se le dio $25 para él y $12 para cada uno de sus parientes. Se les agradeció por los servicios prestados al Rey, al tiempo que se les prometió que no se les iba a quitar nada y que trataran de comerciar con ellos.

Belgrano- en 1805- buscaba informes sobre la zona del Río Negro y trataba de habilitar algunos puertos, a fin de establecer poblaciones en esos puntos. Belgrano sabía que en 1782 el Capitán Basilio Villarino- segundo piloto de la Real Armada Española- había realizado el reconocimiento del río Colorado, bahía de Todos los Santos y la internación del Río Negro. El Consulado conocía los informes de Villarino sobre el reconocimiento de los ríos Negro, Limay y Collón Curá hasta alcanzar las faldas de la cordillera. La hazaña de este piloto marcó la mejor página de nuestra historia geográfica difícil de parangonar. Los virreyes Sobremonte y Vértiz, al igual que el Consulado están vinculados a estas realizaciones.

Se destacan las figuras de Azara, Cerviño, Villarino y Alsina, quienes colaboraban con el Consulado, realizando sondeos, mediciones y presentando planos y mapas para la zona sur patagónica.

Todos los informes, diarios, cartas de navegación y muchos relatos en lengua pampa y tehuelche reflejan la geografía y riquezas de esta privilegiada región. Belgrano se ocupó de asegurar la frontera de este territorio al sur de la provincia de Mendoza, desde donde se descubrían caminos llanos y enjutos entre las escabrosas y nevadas colinas de los Andes, a una extensión considerable. Surgen proyectos para llevar por agua los efectos del comercio, desde el centro de las montañas inaccesibles, hasta la desembocadura del río Maule en el Pacífico o bien promover la navegación de los ríos Neuquén, sus afluentes y el río Negro hacia el Atlántico, así como definir las zonas de defensa de Choele Choel con el reconocimiento del Colorado. Belgrano buscaba lograr la comunicación bioceánica , y de esa manera eludir el peligroso paso por el Cabo de Hornos. Se abrirían caminos desde Córdoba, Catamarca, Mendoza y la zona de Cuyo y desde Buenos Aires al sur cruzando en diagonal La Pampa, poniendo al servicio de los proyectos la ciencia y la técnica así como los adelantos de la navegación. El objetivo era el enlace del Atlántico con el Pacífico. El puerto de Carmen de Patagones y la costa de Buenos Aires con Talcahuano, Concepción y Valparaíso en Chile, de allí hacia San Francisco (California) y el Oriente: China.

Los acontecimientos de 1810 al priorizar otras cuestiones, obligaron a descuidar estos proyectos; sin embargo, Belgrano en sus misiones al Paraguay, Banda Oriental del Uruguay y Alto Perú, siguió alentando tareas pobladoras y de reconocimiento territorial.

La obra de Belgrano, como secretario del Consulado, serviría luego al proyecto independentista. Belgrano, quien sentía profunda admiración por San Martín, lo apoyó en su empresa libertadora, haciéndole llegar cartas, planos y mapas de los pasos cordilleranos. Esto le facilita al Libertador planificar su ruta hacia Chile.

**Extractado del trabajo realizado por la Dra. Cristina Minutolo de Orsi, “Belgrano y sus dos utopías: China y el país del Truptu (Patagonia)”, en Anales N° 12 del Instituto Nacional Belgraniano.

+VIAJES CIENTÍFICOS POR LA PATAGONIA

Viajes científicos por la Patagonia. Sólo la crisis del Virreinato y Mayo impidieron que Belgrano llegara a la Patagonia.

Por Pedro Navarro Floria, Historiador, miembro correspondiente por el Neuquén del Instituto Nacional Belgraniano. Especial para Diario Río Negro (Gral. Roca), miércoles 19/6/1996, pp. 12-13.

El título bien puede sorprender a muchos, dado que Manuel Belgrano nunca estuvo en la Patagonia. Sin embargo, recorriendo los senderos de la historia veremos realmente qué relación puede haber entre ambos términos.

Por de pronto, podemos afirmar que uno de los males que ha sufrido históricamente y sufre la Patagonia es el desconocimiento de su realidad por parte de quienes toman decisiones trascendentes sobre ella. A tal punto, que toda una línea de discurso político muestra a la región como víctima de una especie de colonialismo interno cuya metrópoli es, cuándo no, Buenos Aires. Pues bien: entre las dotes de buen estadista que adornaron a Belgrano se destacaba un pudor intelectual que lo impulsaba a conocer a fondo el país sobre el cual, desde su cargo de secretario del Real Consulado de Buenos Aires, debía asesorar, informar al rey y planificar políticas económicas.

Belgrano ocupó, mucho antes de ser improvisado general de la Revolución, el importante cargo de secretario perpetuo del Consulado de Comercio, creado para el Virreinato de Buenos Aires en 1794. Permaneció en ese empleo desde su creación hasta la Revolución de 1810. Dieciséis años durante los cuales trabajó -no sin obstáculos- para hacer del Consulado un verdadero centro de planificación, discusión y difusión de ideas y de políticas en lo económico y lo social.

Una mañana -seguramente fría- de junio de 1803, estando reunidos en la casa del Consulado -sobre la calle San Martín, donde está actualmente el Banco de la Provincia de Buenos Aires-los miembros de su Junta de Gobierno, se presentó un extraño viajero. Se identificó como José Santiago Cerro Zamudio , miliciano de la ciudad chilena de Talca. Dijo haber pasado la cordillera el verano anterior, de Talca a Mendoza, por un paso más al sur y más bajo que los conocidos por los españoles hasta entonces. Y se ofreció a demostrar su utilidad. El secretario Belgrano lo escuchaba atentamente, tomando nota de lo más interesante. Días después, le entregaba a Cerro Zamudio una cuidadosa instrucción para su viaje de vuelta. En ella le encomendaba el reconocimiento de la confluencia de los ríos Negro y Neuquén y la observación cuidadosa del camino, el suelo, los recursos naturales, los ríos, los pasos cordilleranos y todo aquello que se conceptuara útil a los fines del conocimiento y el aprovechamiento económico.

A los pocos días salió el chileno tierra adentro, llevando en sus alforjas las instrucciones de Belgrano y cartas para el Consulado de Santiago de Chile, el Cabildo de Talca, cacique más inmediato a la frontera y el comandante de frontera. Y mientras los señores del Consulado porteño miraban partir se preguntaban si sería cierto que podía ir a Talca en tan poco tiempo como decía o si era un fabulador más de los tantos que probaban fortuna en el mercado persa que era por entonces la capital del Virreinato.

Belgrano depositó en el miliciano Cerro Zamudio la esperanza de poder realizar, en parte al menos, un viejo proyecto: el de un viaje científico por el Virreinato. Ya en Madrid, cuando supo de su nombramiento para el nuevo Consulado a fines de 1793, había escrito un “Plan para conocer la provincia”. Poco sabía sobre su propia tierra después de estudiar varios años en España, y su primer objetivo fue entonces el de recorrer personalmente el territorio sobre el cual tendría que discutir, informar, proponer y asesorar. El proyecto se encuadra perfectamente en la idea de los viajes científico-políticos de la Ilustración, destinados a recopilar la información necesaria para reformular políticamente el imperio colonial. A modo de ejemplo, Belgrano propone priorizar la agricultura, “siendo notorio a todo el mundo que estos países sólo han sido mirados por nuestros comerciantes como capaces de dar oro y plata y no como una tierra apta para suministrar todas las materias primeras que en el día se conocen y por qué tanto se afanan los extranjeros…”.

Al llegar a Buenos Aires y conocer a los comerciantes que compartirían con él la responsabilidad de la Junta de Gobierno de la institución, su ilusión se vino abajo. Había que empezar por poner al tanto a esa gente, bastante ignorante para el poder que tenía por cierto, de las novedades en materia de economía política. El proyecto del viaje quedó para más adelante.

De vez en cuando resurgía la idea, como cuando en 1798 el diputado consular en Mendoza anotició al cuerpo de que los chilenos estudiaban un camino nuevo, ya reconocido por el marqués de Sobremonte. Entonces, el síndico Vicente Murrieta, en una exposición digna de una cátedra, presentó mapas y antecedentes y propuso continuar la exploración del Río Negro iniciada desde Carmen de Patagones en 1782. El consiliario José González de Bolaños fue materia dispuesta, mencionando la enorme extensión potencialmente ganadera existente al sur de Cuyo y la posibilidad de abrir el antiguo camino de carretas a Villarrica, precaviendo el robo de hacienda y proporcionando la reducción pacífica de los indígenas. Murrieta, tomando por fuente al destacado funcionario porteño-chileno José Perfecto de Salas- y al jesuita Joaquín de Villarreal, hacía en su memorándum una colorida descripción que tanto puede ser del lago y el volcán Villarrica como del Huechulafquen y del emblemático Lanín: “Un lago cuyas aguas destila el encumbrado cerro del volcán, que constando su interior de muchos metales reconocidos por las aguas de varios colores que de él manan, es su exterior en la cumbre. Luego, en el medio nieve y en la base un verde esmeralda tejido de infinitas yerbas medicinales; en su inmediación hace la cordillera una llanada por donde se traficaba en carretas desde Buenos Aires…”

La iniciativa no encontró eco en el virrey Avilés, más preocupado por la flota inglesa y por los insistentes rumores de conspiración que por entonces recorrían los salones y cafés porteños.

La presencia de Cerro Zamudio en la sala del Consulado en 1803, movilizó en Belgrano todos esos antecedentes e inquietudes, y quedó a la espera de las novedades. A los pocos meses, efectivamente, se recibieron cartas de Cerro Zamudio desde Talca y Concepción.

El capitán general de Chile, Luis Muñoz de Guzmán, expidió entonces tres comisiones para que estudiaran cuál sería el mejor paso: Cerro Zamudio por el paso Pehuenche o del Maule; José Barros por el paso de Achihueno, y Justo Molina por el de Antuco (actual Pichachén, en el norte neuquino). Tanto Cerro como Molina llegaron a Buenos Aires. El 4 de octubre de 1804 los señores del Consulado abrieron las puertas de su sala al explorador Cerro Zamudio, esta vez acompañado por dos caciques pehuenches del Maule que atestiguaron con sus relatos y con regalos de frutos de la tierra la buena disposición de los dueños del país. Esta emocionante reunión sirvió para entusiasmar a Sobremonte , ahora virrey, con la posibilidad de correr la frontera cuyana más al sur. Así fue como se fundó en su honor San Rafael, en 1805. Pero Cerro no había sido capaz de completar las observaciones pedidas por Belgrano ni de dilucidar la cuestión de los pasos cordilleranos. Ambas necesidades serían satisfechas por un voluntario, Luis de la Cruz, alcalde de Concepción, que costeó de su propio bolsillo un viaje a caballo desde su ciudad a Buenos Aires, por el paso de Antuco o Pichachén , que desde entonces y por mucho tiempo se consideró el más apto para restablecer el vínculo interoceánico.

De la Cruz nos dejó, además de un “Diario” de su viaje, una detallada “Descripción de la naturaleza”, entre los Andes y el Chadileuvú y un tratado sobre los pehuenches. Todos ellos son documentos invalorables, que aún hoy nos siguen sirviendo como fuente principal para el conocimiento de los pehuenches, de las relaciones fronterizas y de la geografía de la época. Lamentablemente, este lúcido observador de la frontera llegó a Buenos Aires en plena invasión inglesa de 1806. Otra vez lo urgente se imponía a lo importante y no aparecían los recursos para sacar provecho de los conocimientos adquiridos. La crisis del sistema colonial se aceleraría a partir de entonces sin remedio y ya no dejaría tiempo a Belgrano ni a los que pasaban a mediano y largo plazo para realizar sus ideales.

Todavía hay otro documento que nos sería muy provechoso para conocer a fondo los proyectos de Belgrano sobre la exploración y las vías de comunicación de la región norpatagónica . Seguramente entusiasmado por las cartas llegadas de Chile, al llegar el mes de junio de 1804 y la fecha de presentar la Memoria Anual al Consulado sobre algún tema de interés económico, Belgrano eligió hablar “de un viaje científico por las provincias del Virreinato y levantar sus planos topográficos”, según consta en las actas. No sabemos más que esto, porque el texto de la Memoria está perdido. Pero el resultado fue un trámite seguido por su primo y suplente Juan José Castelli, que culminó en la ya mencionada fundación de San Rafael. De toda esta información se desprende el interés de Manuel Belgrano como funcionario por conocer la realidad y los recursos del país que estaba bajo su jurisdicción. Un interés que no pudo ser satisfecho por los tiempos de crisis que le tocaron vivir pero que demuestra cabalmente su carácter de estadista responsable, consciente y laborioso en el ejercicio de la función pública.

* Artículo publicado en Anales Nº 9, Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano, 2000, pp. 275-280.

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