El Militar

La Fábrica de Fusiles Tucumán

Si bien existía durante el período colonial una Real Ordenanza para el establecimiento e instrucción de Intendentes de Exército y Provincias en el Virreynato de Buenos Aires, que data de 1782, en donde se determinó que era función de los Intendentes establecer talleres para la recomposición y fabricación de armas, por cuenta de la Real Hacienda, siempre que en ello hubiere utilidad para el erario, la misma no se aplicó. Al producirse la Revolución de Mayo no había en estas provincias fuera del taller de reparaciones de la Real Armería, en el Fuerte, donde también se guardaban las armas de los armeros de las unidades militares y de algunos artesanos particulares, taller alguno de consideración para la compostura y menos para la fabricación de armas.

Los primeros gobiernos patrios emprendieron pronto la fabricación de armas con el objeto de proveer a sus urgentes necesidades. En 1810 se fabricaban en estas provincias armas blancas y en 1812, bajo la dirección del coronel Monasterio, se funden los primeros cañones. Por decreto del 14 de julio se comunicaba haber hecho en la fábrica de la Residencia el primer ensayo de fundición vaciando un mortero de 12 pulgadas cónico, a lo “Gomer”, por el apellido del general que los había introducido en el ejército francés en 1765. Eran piezas muy cortas, de tiro curvo, que lanzaban bombas huecas rellenas de pólvora.

Se establecieron sendas fábricas de fusiles en la ciudad de Buenos Aires y en Tucumán. Nos ocuparemos de esta última por estar ligada al accionar del general Belgrano como Jefe del Ejército del Norte. Esta fue fundada en noviembre o diciembre de 1810. Su primer director, con el título de “protector” fue Clemente Zavaleta, alcalde de primer voto del cabildo de esa ciudad.

El gobierno había depositado grandes esperanzas en la fábrica de Tucumán, por su relación con los ejércitos del norte en cuanto a la provisión de armas y ésta se veía favorecida por la existencia dentro de esa provincia, de las materias primas necesarias, es decir, maderas y metales.

El 25 de enero de 1811 se nombró maestro mayor de la fábrica a Francisco de Eguren, a pesar de lo cual diez meses después de instalada se contestaba al gobierno de Chile, que no pasaba de “una oficina de ensayos”.(1)

Cuando Belgrano se hizo cargo del Ejército del Norte, la maestranza, que era un elemento clave por cuanto de sus talleres iban a salir los elementos de guerra indispensables, formada por casi setenta hombres, no se había desempeñado en forma muy brillante. Según un oficio de Pueyrredón: “La artillería es escasa y de ínfimo calibre, sin otras municiones que los pocos tarros de metralla que produce la lentitud de unas elaboraciones imperitas y tan morosas que consumen un día de trabajo para el pulimento de una bala rasa”.(2)

Cuando Belgrano se hizo cargo del ejército, encontró los efectos de la maestranza y parque cargados en carretas para conducirlos a Tucumán y ordenó su regreso hacia Campo Santo y luego a Jujuy por cuyo motivo no pudo enterarse del contenido de cajones, retobos, líos, etc., en que se acondicionaron para el transporte. Sin embargo, conocía la situación desastrosa de esa sección del ejército, por lo cual designó al barón de Holmberg Jefe de Estado Mayor y puso bajo sus órdenes el parque y la maestranza el 20 de mayo de 1812.

Belgrano remitió, el 3 de junio, un estado del ejército, prometiendo ampliar con mayores datos: “… acompañando igualmente el de vestuario y de cuanto exista en la Maestranza y Parque en donde se trabaja por el expresado Barón para organizarlo todo y saber lo que hay pues se ignora, no habiéndose llevado un libro jamás de entradas y salidas y contentándose únicamente con llevar una razón como la que se acompaña”.(3)

El 14 de junio, Holmberg entregó un informe detallando el inventario de todo lo que había encontrado al 10 de mayo, al igual que un balance de las entradas y salidas desde esa fecha al 14 de junio.(4)

Este informe aclaraba “que no han existido anotaciones de ningún género sobre las existencias del Parque y la Maestranza”. Hacía un relevamiento de los distintos elementos existentes, tales como: piezas de artillería, juegos de armas, municiones de artillería, armas manuales de fuego (fusiles, carabinas, pistolas y trabucos), blancos para tiro, fornituras, utensilios, balas, metrallas, pertrechos de guerra para fabricar municiones, monturas y atalajes, detalle de herramientas de carpintería, talabartería, hojalatería, armería y fundición, etc. Asimismo, solicitaba que le enviaran desde Buenos Aires los elementos necesarios que no había en esos pueblos. Estos eran: barrenas, hojas de cepillo, limas, escofinas, formones, cuchillos para talabarteros, tijeras para hojalateros, martillos, tornos de mesa, palas, picos, azadas, terrajas, etc. Para la fabricación de cartuchos de cañón se pedían 60 piezas de lanilla y para los de fusil 130 resmas de papel común, hilos de “acarreto”, hilo de sastre, velas de cera, 43.000 piedras de chispa, etc. También se necesitaba pólvora. El gobierno hizo varias remesas de los artículos pedidos, entre ellos algunos barriles de pólvora de Chile.

Holmberg informaba que pondría en manos de Belgrano, el Reglamento que debería regir a los oficiales encargados de esas dos secciones, que había terminado pero faltaba traducir al español. El tema de la mano de obra era vital para el funcionamiento de la fábrica. Se empleaban 63 jornaleros civiles y 18 militares. Este personal ocasionaba un gasto de casi 2.000 pesos por mes. Tanto Belgrano como Holmberg buscaron reducir los gastos y ver de qué manera a través de algún tipo de contribución se podría atenderlos.

Belgrano en oficio del 3 de junio al gobierno, se quejaba de la falta de formación del personal: “el vizcaíno (Eguren) no es más que un practicón de fabricante de armas, sin entender palabra de mecánica, y que el protector y otros satélites que hay empleados son absolutamente ignorantes en la materia; es pues preciso buscar un inteligente que se haga cargo de ella, experimentándolo antes a entera satisfacción; lo demás es gastar plata en valde y no aprovechar cosa alguna. Con un sujeto de provecho que se hubiese ocupado, tendríamos hoy otras ventajas en ese ramo, de que carecemos con grave perjuicio.”(5)

Además indicaba que había dado órdenes para que se hicieran llaves a la francesa o a la inglesa en lugar de las españolas. Consideraba conveniente que el herrero Carlos Celone que se hallaba en Buenos Aires prestara sus servicios para esta fábrica dado que era “muy hábil y tiene conocimientos”.(6)

Celone posteriormente fue el herrero que hizo la prensa para estampar en seco el sello con el escudo aprobado por la Asamblea de 1813, y además fue armador de barcos corsarios. A mediados de 1812 había sugerido que se formaran compañías de cívicos de acuerdo con las profesiones. A pesar del pedido de Belgrano, éste nunca fue enviado a Tucumán.

En relación al reemplazo de las llaves españolas por inglesas o francesas, el gobierno se dirigió al Director de la Fábrica de Fusiles de Tucumán por oficio del 9 de abril de 1813, expresándole que se fabricaran llaves inglesas sin dejar de fabricar las españolas.

La fábrica se dedicó también a preparar algunos pertrechos destinados al Ejército del Norte. Precisamente, en un oficio de Belgrano fechado en Jujuy el 18 de junio de 1812, señalaba los defectos en la fabricación de cartucheras. Estas no sólo no tenían la medida del cartucho, sino que además los agujeros estaban llenos de barbas, lo que inutilizaba los cartuchos. Se impuso un nuevo método propuesto por el Barón de Holmberg para solucionar este problema.

A pesar de todos los inconvenientes, el general Belgrano, con fecha 28 de julio de 1812, informaba que la fábrica de fundición establecida en aquel ejército bajo la dirección del barón de Holmberg adelantaba y ya se habían fundido morteros de 8 pulgadas, dos obuses de a 6 y 3 líneas y se seguían moldeando culebrinas de a 2. Se fundaron sendas Fábricas de armas en Buenos Aires y Tucumán.

La fábrica de Tucumán fue ocupada por las tropas de Pío Tristán previo a la batalla de Tucumán y al retirarse fue destruida por su orden, “aprovechándose los tornos y herramientas que se encontraban en ella, único fruto y muy caro, que proporcionó la campaña”, según el testimonio del general García Cambá, citado por Holmberg.(7)

El general realista no pudo aprovechar el material retirado de la fábrica, pues perdió su tropa de carretas y no disponía de elementos para transportar los tornos. Según informe de Zavaleta al Triunvirato éste se llevó algunas herramientas, inutilizando otras y ocultando las más en los pozos de balde ubicados a extramuros, de donde se sacaron 18 y se continuaban buscando los que faltaban.

El 11 de octubre Belgrano se dirigía al gobierno pidiéndole el envío de 30 hornos, 16 yunques y 20 linguotes de 3 varas de largo y 5 de 6 pulgadas de grueso. Este pedido fue satisfecho de inmediato dado que fue remitido con fecha 26 de octubre.

A raíz de numerosas notas de Belgrano en relación a las necesidades de la fábrica de fusiles, el gobierno envió a Manuel Rivera, armero y mecánico competente para que “metodice, adelante y perfeccione el trabajo de la fábrica de fusiles de dicha ciudad”.(8) Rivera era español. Trabajaba como armero en Buenos Aires a fines del siglo XVIII, fue maestro mayor de la Real Armería de la plaza; y tuvo una destacada actuación durante las invasiones inglesas, como soldado y artesano, por lo cual fue designado el 19 de marzo de 1807: “Maestro Mayor de Armeros del Real Cuerpo de Artillería en el Departamento de Buenos Aires”. En 1810 era coronel urbano pronunciándose de inmediato por el movimiento de mayo.

Belgrano informa el 27 de noviembre de 1812 acerca de la llegada en días anteriores del coronel Manuel Rivera.

La fábrica de Tucumán produjo también armas blancas, espadas y sables. Aparentemente, tales armas eran más de la especialidad de Rivera, quien realizó dos viajes a Buenos Aires y en noviembre de 1814 fue nombrado director de la fábrica de armas blancas de Córdoba, instalada en Caroya.

Por otra parte, Zavaleta –quien no se llevaría bien con Belgrano- presentó su renuncia a fines de 1812, reiterándola en enero de 1813, siéndole aceptada en esa oportunidad. El alférez de artillería Juan Zeballos fue nombrado para recibir los útiles del establecimiento bajo formal inventario, quedando Rivera a cargo de la fábrica. No queda claro cómo se distribuyeron sus funciones Eguren, Rivera y luego Huidobro.

Belgrano en oficio del 26 de febrero hacía referencia a la situación de la fábrica de fusiles y a la actuación de Eguren: “Ya he dicho antes de ahora a V.E. que para establecer como corresponde la fábrica de fusiles de Tucumán, es necesario un hombre que tenga conocimientos fundamentales en la materia. El vizcaíno Eguren es muy útil; ha servido muchísimo y muy bien, pues a su celo e inteligencia se debe el haber compuesto más de quinientos fusiles antes de la acción de Tucumán y el haber puesto corriente todo el armamento para esta expedición; pero no sale de la esfera de un mero practicón y, por lo mismo, no es suficiente para el perfecto arreglo de la fábrica”.(9)

A pesar que Belgrano menciona la inutilidad del cargo de protector -entonces vacante- Feliciano Antonio Chiclana designó en ese cargo en carácter de interino a Simón Huidobro a comienzos de 1813. Se deduce del Reglamento que regulaba las funciones del protector y del director, que el segundo tenía un cargo más técnico.

El 12 de septiembre de 1813 se nombró administrador a Juan Antonio Lobo y el 8 de febrero de 1814 se designó director a Leonardo Pacheco.

La fábrica de Tucumán, al igual que la de Buenos Aires, tuvo que sufrir la estrechez económica propia de la época. Por ello, en algunas oportunidades obtuvo los fondos destinados al sostenimiento de la fábrica de las temporalidades de Catamarca.

Ante un pedido de Belgrano, Chiclana informó, en nota del 12 de marzo de 1813, al gobierno central que el General en Jefe del Ejército:

“Pide con suma instancia se trabajen en la fábrica llaves de fusil y tornillos de todas clases para alistar los muchos tomados al enemigo sin ella.”(10)

Asimismo, transmitía el pedido del Protector, quien solicitaba se lo proveyera de herramientas y útiles. En abril de 1813, se le enviaron de la Fábrica de Armas de Buenos Aires, efectos depositados allí que habían sido traídos por maestros alemanes contratados por el Estado para prestar servicios en la fábrica de Buenos Aires. Estos eran: 102 limas surtidas, de todos los tamaños y formas; 18 y media docenas de limas tablas, medias cañas y limatones, de calidad superior; 6 tornos de mano surtidos y 1 arroba de esmeril fino.

A juzgar por el testimonio de Belgrano, la fábrica inició la elaboración íntegra de fusiles, inclusive de cañones, mencionando éste que tres reventaron de la primera partida. La forja de los cañones era labor delicada y cualquier defecto llevaba con facilidad a que el cañón reventara inutilizando el arma, y, a veces, también al tirador. Las primeras llaves, del modelo español, eran según la nota de Belgrano, toscas y pesadas y los muelles tan fuertes que rompían las piedras. Las herramientas solicitadas y remitidas estaban destinadas a fabricar llaves de fusil y sus tornillos. Es probable que se haya dejado de lado la forja de cañones en fecha temprana, dado que en la segunda nota de Belgrano hace referencia a la reparación de armamentos y no a su fabricación.

La fabricación de llaves destinadas a fusiles capturados del enemigo que se encontraban sin ella, permitió su reutilización sin necesidad de fabricar nuevas armas.

Belgrano en nota del 23 de octubre de 1812 expresaba lo siguiente: “Armas, con las que teníamos y las tomadas al enemigo podremos contar de mil quinientos a mil ochocientos entre fusiles y carabinas; pero lo más de ello está destrozado, y constantemente se trabaja en hacer cajas nuevas, recomponer las llaves, hacer éstas nuevas, guarniciones, baquetas, bayonetas y cuanto es preciso”.(11)

La fabricación de llaves y cañones se llevaba a cabo para esa fecha, siendo sin duda más extensa la de cajas de fusil, de las que se surtía a los otros establecimientos, como la fábrica de Buenos Aires y los talleres de Mendoza. Aparece un envío de 500 a Buenos Aires a principios de 1811. Todavía en 1819, Toribio de Luzuriaga, gobernador de Mendoza, recibió un cargamento de cajas de fusiles desde Tucumán y hacia esa misma fecha, se hicieron envíos de éstas a Buenos Aires.

Lo más probable es que después de los primeros ensayos de fabricar armas completas, la fábrica de Tucumán se haya dedicado a la compostura de armas en gran escala, especialmente del Ejército del Norte. Para junio de 1813 se habían reparado seis mil fusiles, lo que originó los elogios de Belgrano a Eguren, después de sus primeras críticas.

No obstante ello, todavía en septiembre de 1815, el general Belgrano remitió a Buenos Aires una carabina construida en la fábrica y el Directorio la pasó al Cabildo de esta ciudad “para mostrarla a todos los que quisieran verla”.(12)

En 1814, al hacerse cargo San Martín del mando del Ejército del Norte, insistía ante el Gobierno Nacional, en notas dirigidas al Poder Ejecutivo. En una nota de 10 de febrero de ese año, solicitaba le mandaran un oficial inteligente para que construyera moldes necesarios como se hacía en la fábrica de Buenos Aires. Pocos días después, el 23 de febrero, le solicitaba que le enviaran por el mismo correo un barreno para barrenar cañones de fusil. Lo necesitaba para modelo porque los que se usaban allí eran los cuadrados que hacían el trabajo difícil y moroso. Los pedidos incluían diversos elementos de trabajo. En nota del 5 de marzo solicitaba 15 panes de simbal para la liga de los metales por carecer totalmente de ese material y el 23 de marzo diez cuadernitos de papel de lija, de los que usaban los ingleses, para alisar las cajas de los fusiles.

En los casos de necesidad, se les exigía la entrega de armas a ambas fábricas, es decir tanto la de Buenos Aires como la de Tucumán. Durante el Segundo Triunvirato se adoptaron medidas para reforzar el sitio de Montevideo, acumulando hombres y pertrechos. Por acuerdo del 25 de mayo de 1813 se dispuso: “Se encarga al general Belgrano la remesa de las armas posibles y sobrantes aunque fuesen descompuestas, con el objeto de habilitarlas en esta Fábrica, instruyéndole al mismo tiempo de la novedad que daba mérito a esta prevención. Al Teniente Governador de Tucumán se ordenó que mandase 500 armas de chispa de las que estuviesen compuestas o en estado de composición, pues así lo exigía la seguridad nacional”.(13)

La fábrica de fusiles de Tucumán funcionó probablemente hasta 1819, sin que se pueda establecer con exactitud cuando cesó sus actividades.

El tema de la fábrica de fusiles es de sumo interés, dado que nos permite advertir los esfuerzos y las dificultades que se debieron atravesar para fabricar las armas con las cuales hemos librado las batallas por la Libertad e Independencia. Asimismo, podemos entrar en contacto con un Belgrano poco conocido, el gran organizador. Así como son ampliamente conocidas las dotes de San Martín para organizar el Ejército de los Andes en relación a todo lo relacionado con la maestranza, este aspecto de Belgrano con respecto al Ejército del Norte, se mantuvo poco difundido, siendo un conocimiento reservado a los especialistas en temas militares.

 

NOTAS

  1. Rafael M. Demaría, Historia de las armas de fuego en la Argentina. 1530-1852. Buenos Aires, Ediciones Cabargon, 1972, pp. 202-203.
  2. Documentos Archivo de Belgrano, t. IV, p. 45 en Luis Holmberg, Holmberg. El artillero, Buenos Aires, 1946, p. 153.
  3. Documentos Archivo de Belgrano, t. IV, p. 145 en Luis Holmberg, Holmberg…, ob cit., p. 154.
  4. Archivo General de la Nación, Guerra, 1812, leg. II en Luis Holmberg, Holmberg…, Ob cit., p. 154.
  5. Rafael M. Demaría, Historia de las armas…, ob cit., p. 203.
  6. Ibid, p. 206.
  7. Ibid, pp. 206-207.
  8. Ibid, p.207.
  9. Ibid, p. 208.
  10. Ibid, p. 210.
  11. Ibid, p. 212.
  12. Ibid, p. 213.
  13. Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, Nos. 81-84, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, p. 86 en Ibid, p. 214.

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