Belgrano y...

La segunda insurrección en Tacna

                                                                                                                  Rosa Meli * 

+PRIMERA INSURRECCIÓN EN TACNA

Parece superfluo recordar que, como consecuencia de la invasión napoleónica a España, se produjo en nuestra América la formación de Juntas en Chuquisaca, Quito y La Paz en 1809, aunque de vida efímera y de escaso apoyo popular las dos primeras.

Sin embargo, los paceños declaraban sin ambages sus intenciones, lo que se evidencia a través del acta del 9 de julio de ese año:

“Estamos cansados de ser los vasallos sumisos de España […] Tenemos conciencia del derecho que nos asiste para ser libres e independientes en el suelo en que nacimos. Queremos constituir, […] para nosotros y para nuestros hijos, una patria muy nuestra, muy americana, ajena a todo concepto de dependencia monárquica, española o alegadiza (sic) [allegadiza], borbónica o napoleónica”. (1)

No obstante, la llamada Junta Tuitiva de La Paz también fracasó, pero en el siguiente año surgieron otras nuevas: el 19 de abril en Caracas, el 25 de mayo en Buenos Aires, el 20 de julio en Bogotá, el 18 de septiembre en Santiago de Chile.

Pero fue precisamente la de Buenos Aires la que incidió, particularmente, en el Virreinato del Perú, por su proyección continental, lo que se evidenció con el envío inmediato de la expedición al Perú al mando del Brigadier Antonio González Balcarce, acompañado por el Dr. Juan José Castelli para difundir los fines que motivaron la formación de la Junta Provisional Gubernativa.

Esta expedición motivó a Castelli la necesidad de cortar la corriente de abastecimiento a los realistas por el Altiplano y la de insurreccionar las poblaciones de Islay, Ilo, Arica, Iquique y Cobija, junto con otras ciudades del Bajo Perú, próximas a la frontera, como Arequipa, Tacna y Tarapacá, tanto más que el Brig. José Manuel Goyeneche se hallaba situado en Huaqui, apoyado por un refuerzo de tacneños.

Fruto de esta campaña emancipadora fue la primera insurrección de Tacna en 1811, encabezada por el limeño Francisco Antonio de Zela.

En la noche del 20 de junio reunió en su propia casa a un grupo de vecinos notables, para leerles la proclama de Castelli, pronunciada en Laja el 5 de febrero del mismo año y que, con elocuente intención, expresaba claramente:

“Pueblos de la América del Sur, pueblos de Tacna: Nuestro destino es ser libre o no existir; y mi invariable resolución es sacrificar la vida por nuestra independencia”. (2)

Asaltados los cuarteles de infantería y caballería, sin mayor resistencia depusieron a las autoridades virreinales y Zela asumió el mando político y militar con el título de Comandante de las Fuerzas Unidas de América.

Numerosos pueblos se plegaron con entusiasmo a esta declaración pero, sin el apoyo inmediato de las tropas rioplatenses, no pudieron resistir mucho tiempo por cuanto aún se hallaban lejos de estar preparados.

El 20 de junio de 1811, las fuerzas revolucionarias, al mando de Castelli y González Balcarce, enfrentaron en Huaqui a efectivos españoles notoriamente superiores, bien disciplinados y pertrechados, bajo un comando único: el Brig. Goyeneche. Los resultados fueron previsibles; tras la derrota, vino el desbande y el abandono del parque. La consecuencia más grave de esta batalla de Huaqui fue la pérdida momentánea del Alto Perú.

Este desastre dio por tierra con los propósitos y entusiasmo de Francisco de Zela; el movimiento fue fácilmente dominado y su jefe apresado por las fuerzas del Rey.

Sin embargo, el grito de Tacna no cayó en el olvido.

La simiente germinará desde entonces, en especial, merced a la pluma ágil y encendida del estudiante neogranadino Fernando López Aldama, a través del periódico El Satélite.

De todos modos, 1812 se vio signado por el levantamiento de Huánuco, con el triste fin de la ejecución del patriota Juan José Crespo y Castillo, luego de abortado el movimiento. Perdida la esperanza de una fácil campaña en el noroeste del Perú, el Gobierno del Río de la Plata decidió entonces concentrar sus esfuerzos en Montevideo, remontando el sitio de la plaza, con la mayor cantidad posible de efectivos y recursos.

Los restos del Ejército Auxiliar del Perú, conducidos por el Coronel Juan José Viamonte, se replegaron a Potosí y más al sur, mientras las fuerzas triunfantes del realista José Manuel Goyeneche, con tres mil hombres, se prepararon para avanzar en el intento de recuperar el ex Virreinato de Buenos Aires.

Don Juan Martín de Pueyrredón, quien había sido designado Comandante del Ejército Auxiliar del Perú, al llegar a Jujuy elevó su renuncia, aduciendo razones de salud, y fue remplazado por el Cnel. Manuel Belgrano (27 de febrero de 1812), que se recibió del mando en la posta de La Ciénaga, el 3 de abril de 1812. (3)

Nuestro prócer, que siempre evidenció un acendrado sentimiento americanista, no se dejó amedrentar por la adversidad.

Sus convicciones eran más fuertes que los fracasos y así lo recuerda el General Juan Pardo de Zela en su Memoria:

“El ejército que por la primera vez saludaba a este jefe, fue hablado por él con una precisión que la inspiraba la mejor confianza a todos los jefes y oficiales subalternos que parecían ver en él, el alma del ejército para darle nuevo vigor y fuerza haciéndolo poner en marcha al Curatito de Campo Santo, situado intermedio entre las ciudades de Salta y Jujuy, donde instruido que el enemigo no habiendo abandonado su posición de Suipacha, ordenó se continuase la marcha a ocupar nuestros antiguos cuarteles de Jujuy, donde ya situado el ejército que apenas constaba de unos 900 hombres de todas armas, empezó a ser respetado de enemigos y amigos, por la firmeza de carácter que desplegó su jefe, restableciéndose en todo sentido su moral y economía interior”. (4)

No repetiré lo tantas veces dicho acerca de la magnífica campaña de Belgrano protagonizada contra un adversario tan tenaz y ventajoso a todas luces, que como recuerda Pardo de Zela:

“[…] siempre honrarán la memoria de un general que aún sus mismos enemigos hubieran querido tener por amigo constantemente; su constancia en el trabajo, su fuerza de carácter, su desprendimiento, y en fin su civismo, le hacían digno de dirigir los destinos de una República, que nunca supo apreciar sus talentos, ni su mérito; austero con subalternos y económico al mismo tiempo, pocos amigos debería tener a su devoción, y sin embargo los que con él han servido lo elogian haciéndole justicia y su memoria grata siempre; aún en el infortunio se le respetó y jamás se murmuró de sus órdenes y cuando alguno lo hacía, era con gracia, dándole el dictado de chupa verde, a que estaba reducido su uniforme de simple cazador del ejército, que continuamente usaba, y era todo de paño verde un poco claro, a que se sujetó a pesar de sus proporciones, para desterrar el lujo de un ejército que no podía soportarlo, por la escasez de sus recursos, y lo que es más, por acostumbrarlos a la sencillez, y a aquellas virtudes que forman el corazón guerrero para el heroísmo, de que dio tantas pruebas el ejército […]”. (5)

Producida la memorable batalla de Salta, muchos soldados se licenciaron por propia cuenta, entendiendo que su participación quedaba plenamente justificada con el triunfo obtenido por las armas de la revolución:

“El ejército llevaba tres años de una campaña constante […] los oficiales se hallaban, con corta diferencia, en los mismos grados con que habían salido de Buenos Aires a formar el ejército, al paso que en esta Capital ascendían de capitanes a coroneles y tenientes coroneles que luego remitían al ejército a embarazar los ascensos de escala; escandaliza tener que decir que a simples particulares se les habla mandado […] despachos de capitanes de ejércitos a hombres que tranquilos en sus casas no sabían lo que era fusil sino porque vulgarmente lo oían nombrar, así es que desaparecieron del ejército una porción de oficiales útiles que se licenciaron, y los que permanecían una fuerte delicadeza los contenía, sufriendo las privaciones de una en donde todo refluía contra los progresos del ejército […]”.

Estas reflexiones de Pardo de Zela se exaltan cuando recuerda a Belgrano, que si compartió con ellos grandes amarguras y penalidades, también los condujo al alborozado triunfo de Las Piedras, Tucumán y Salta. Entonces, con conmovido lirismo reflexionaba:

“[…] él se hallaba animado de un patriotismo a toda prueba y su celo era el origen; al paso que sabía distinguir lo útil despreciaba lo inútil; esto último lo hizo tocar sinsabores bien amargos, y acaso que hubiese desaparecido de la escena prematuramente; […] pero vives en el corazón de aquellos buenos ciudadanos que entrevieran en ti el héroe de la América del Sur; les faltaste y la anarquía los devora; vivirás sí, porque aún mi pluma vive para cantar tus glorias y tus virtudes; no eras Espartano, pero querías imitarlos; no eras Phoción de Atenas, pero eras Belgrano en Buenos Aires, […] otra pluma que te pinte, que la mía sólo hace recuerdos de las jornadas prósperas y adversas, que fijaron la emancipación americana de la nación española”. (7)

Mas Belgrano no se dejó deslumbrar por el triunfo. A pesar del fracaso de la insurrección de Tacna y del pronunciamiento de Huánuco, mantuvo con singular entusiasmo y dedicación sus contactos con el bajo Perú, llave fundamental para impedir el avance de los realistas.

El 28 de julio de 1813, envió un oficio al gobierno desde Potosí, dándole noticias de los últimos acontecimientos de Tacna.

Por los informes que había recibido, tenía conocimiento de que el Brig. Joaquín de la Pezuela había desembarcado con 300 hombres en el puerto de Quilca (Perú), el 4 de julio anterior, marchando rumbo a Arequipa y desde este destino a Oruro. Estas novedades incitaron su celo patriota, y a la par que aumentaba la instrucción de los reclutas, nombró Coronel al Teniente Coronel Cornelio Zelaya, ordenándole organizar una fuerza para la defensa de Cochabamba y reconociéndolo como jefe divisionario. Los efectivos se remontarían a mil de caballería y quinientos de infantería. (8)

Mientras, los revolucionarios de Tacna no se habían arredrado por el fracaso de 1811 y más decididos con la presencia cercana de Belgrano y sus sucesivos triunfos, le pedían para provocar un nuevo movimiento en todos los pueblos de la costa, al tiempo que reconocían como jefe de la sedición al patriota Manuel Rivero.

El General no estaba en condiciones de enviarles armamento porque aún esperaba los que había pedido al gobierno, y por otro lado, no podía debilitar sus escasas fuerzas porque conocía al detalle la marcha y los preparativos del enemigo desde Lima a Ancacato. (9)

Esta actitud prudente fue aprobada por el gobierno de las Provincias Unidas, quien insistió sobre el particular:

“[…] se espera de su política y de su talento dé todo el influjo posible para que dilatado más y más el fuego de la libertad en aquellas oprimidas regiones, vean su último día los agentes del despotismo”.(10) 

+DE VILCAPUGIO A TACNA

Desde el 20 de febrero, en que tuvo lugar la batalla de Salta, hasta el 1º de octubre, fecha del encuentro de los adversarios en los campos de Vilcapugio, habría de transcurrir un tiempo demasiado prolongado para una guerra donde, si bien una de las partes, la de los independientes, llevaba ventaja, la situación para ellos siguió siendo crítica.

En este período los realistas recompusieron sus efectivos y su estrategia, tanto más con la reprobación por ambos gobiernos del Perú y de Buenos Aires del armisticio firmado por Belgrano y Goyeneche.

El ejército realista, en tanto, no se sentía derrotado, en razón de que las fuerzas de Pío Tristán -juramentadas en Salta- sólo constituían la vanguardia del Ejército Real del Alto Perú al mando de Goyeneche. Sin duda, pues, representaba un peligro latente para la finalización de la campaña, dado que el cuartel general realista se hallaba en Potosí, la vanguardia en Suipacha, un destacamento en Cochabamba, otro en Jujuy y un batallón en Oruro.

Obviaremos las causas de la supuesta lentitud en las operaciones, provocada por el Grl. Belgrano, tema largamente expuesto y justificado por su historiador Mario Belgrano. Sin embargo, bien vale la pena recordar una de las notas que elevó al gobierno el 30 de mayo, donde abunda en dramáticas realidades:

“Aún no tengo -dice- un plan decidido del camino que he de tomar para ir al enemigo; pues esto depende de las circunstancias, y de los obstáculos que pueden presentárseme para la conducción de la artillería de que me he de imponer, hallándome más adelante, acaso, con mis propios ojos; pues como dije al Gobierno que me mandó a desempeñar esta comisión no tengo conocimiento de los lugares, y sólo me hallo sin un plan militar, sin un plan topográfico, pero ni aún geográfico, que se acerque algo a la verdad, que es cosa bien singular para uno a quien se le llama General.

Por ahora mis operaciones militares se reducen a que haya orden, disciplina y subordinación de la tropa, y hacerlos marchar hasta un punto de donde reunidas las divisiones, o salga por el Despoblado, o vaya por el camino de la Posta hasta las inmediaciones del enemigo, a cuyo efecto he mandado limpiar tanto unas, como otras veredas, lo que sin duda ha dado mérito a lo que dicen las cartas misivas de los oficiales a que V.E. se refiere en su oficio del 13 del presente que estoy contestando.

[…] he dicho los motivos porque no anticipo mis determinaciones en lo que exige secreto y añadiré que para no ligarme a lo que ya hubiere impuesto a V.E. pendiendo de tanta pequeñez el orden de las operaciones militares y mucho más para un aprendiz de guerra como yo, mandado a países que nunca pisé, ni había mirado sino por curiosidad en el mapa, no digo a V.E. muchas veces mis ideas, y para que también no se halle creído de una cosa, y variada por las circunstancias, o sean útiles sus disposiciones o tal vez perjudiciales; pues a cuatrocientas o quinientas leguas de distancia no es fácil acertar en estas materias.

He leído en los mejores autores militares de muchas acciones perdidas dirigidas por los Gabinetes, y no es extraño, aún cuando tengan los mejores planes y conocimientos, porque no es posible que estén al alcance de los que dirigen a distancias las infinitas ocurrencias que sobrevienen; la experiencia me ha enseñado a mí mismo que todos los planes las más de las veces son fallidos, y se varían en la guerra instantáneamente según los obstáculos que se presentan: en Tucumán creí tener la acción al Norte, y con este concepto reconocí el campo y posiciones y fui a darla al Sur, tal vez cerca de media legua de distancia; en Salta pensé haber entrado de sorpresa como lo hubiera conseguido, y las aguas y otros medios presentados en la marcha me lo impidieron […]

Pues yo diría que teniendo confianza en el encargo de esta clase de negocios se le debería dejar obrar proveyéndole de cuanto puede necesitar, a saber, dinero, dinero, vestuarios, armas, municiones, subsistencias, etc., etc., para que no tuviese que alegar y según la cortedad de mis talentos y tal cual conocimiento militar que tengo”. (11)

Al firmarse el armisticio, retirándose el enemigo de Potosí para reconcentrarse en Oruro, Belgrano avanzó a Jujuy, pero, al mismo tiempo, el Virrey Abascal no sólo desaprobó las disposiciones adoptadas por Goyeneche, sino que ordenó se reforzasen los efectivos en el Bajo Perú, especialmente en Cuzco, Puno y Huamanga.

En los meses que antecedieron a la acción de Vilcapugio, a medida que los realistas retrocedían, avanzaron las tropas de Belgrano desplegadas, sobre el Alto Perú, en medio del entusiasmo de las poblaciones.

Goyeneche, en tanto, resignó el mando siendo sustituido por el Brig. Joaquín de la Pezuela. Sin duda, este jefe decidió dar nuevo y renovador impulso a la campaña. Su plan, que en principio, era defensivo, después de la derrota del Cnl. Saturnino Suárez en Ancacato, que puso a su disposición la documentación de Belgrano con sus instrucciones inmediatas, varió, decidiéndose a atacarlo por sorpresa.

También Belgrano confiaba más en las ventajas que tenían las acciones ofensivas que en una actitud defensiva, que minaría la disciplina y relajaría la conducta de sus jefes y tropa.

En la Pampa de Vilcapugio tuvo lugar el encuentro, como sabemos desafortunado para las armas de la independencia, a pesar del denuedo con que se luchó entre poco más de las siete de la mañana a las tres de la tarde.

Belgrano se retiró rumbo a Cochabamba con las tropas veteranas que consiguieron reunírsele, sin ser perseguido por el enemigo, a causa del agotamiento de las fuerzas vencedoras, que a su vez se dirigieron a Condo-Condo.

La desazón por el fracaso fue breve. Belgrano tenía una fe inquebrantable en el triunfo definitivo de la causa americana.

El mes y medio de inactividad del enemigo fue aprovechado por Belgrano para trasladarse a Macha, donde se ocupó de recomponer su ejército, destacar comisionados y valerse de los subdelegados de partidos y de las pequeñas guarniciones que había dispuesto en los pueblos del camino de las provincias de abajo, logrando reunir nuevamente a los desertores. (12)

Pese al fracaso del 1° de octubre, tenía motivos para confiar en el futuro. Todavía sentía su flanco izquierdo protegido por las provincias del Bajo Perú. El 26 de agosto anterior se había reunido en Potosí con Enrique Paillardelle para convenir un plan conjunto de liberación del Perú. (13)

Una breve información aparecida en la Gaceta Ministerial del 22 de septiembre daba noticias de estas conversaciones, aunque no citaba nombres:

“El General Belgrano, con fecha 26 de agosto avisa al Gobierno haber recibido dos Enviados de la Costa del Mar del Sud (sic: Provincias del Bajo Perú), que solicitaban un pronto auxilio capaz de proteger el grito de insurrección general a que estaban próximamente dispuestos. El jefe del Ejército ha contestado que aceleren sus movimientos, contando con el apoyo de sus armas; y ha dado las instrucciones convenientes a un celoso patriota, para que dé el mejor impulso a los esfuerzos de aquellas comarcas oprimidas”. (14)

No hay datos muy precisos acerca de Enrique Paillardelle, aunque se sabe que había nacido en Marsella, en 1785, del matrimonio de Juan Felipe María Paillardelle, también marsellés, y de Eustaquia de Sagardía Villavicencio, limeña.

Educado en la Escuela Politécnica de París, obtuvo el grado de Teniente de Ingenieros Militares, pero muerto su padre, se trasladó a España con sus hermanos Juan Francisco y Antonio Felipe.

Permaneció en Cádiz durante tres años, pasando al Perú en septiembre de 1806, con la finalidad de incorporarse a las milicias del Virreinato.

Fue agregado al batallón de Patricios de la Concordia, con guarnición en Cuzco y, en 1813 pasó a Tacna, enfrentado con las autoridades españolas de Lima. (15)

Paillardelle tomó partido por los patriotas luego de que, muerta su madre, el gobierno virreinal negó a los hermanos el derecho a la herencia de los bienes dejados por aquella al considerarlos extranjeros.

Mientras, el alcalde del Ayuntamiento de Tacna, Don Manuel Calderón de la Barca, casado con Toribia Ara, hija del cacique que había participado en el movimiento protagonizado por Francisco de Zela en 1811, era simpatizante secreto de la causa emancipadora y encontró en Paillardelle el hombre capaz de mandar la derrotada insurrección anterior.

Tal como hemos dicho, Paillardelle se entrevistó con patriotas de Moquegua y Arequipa para combinar una acción conjunta. Luego se reunió con su hermano Juan Francisco en Puno, desde donde marchó a Potosí para aunar criterios con Belgrano.

En esta forma acordaron el levantamiento simultáneo de las provincias de Arequipa, Tacna y Tarapacá para el siguiente 28 de setiembre.

De regreso a Tacna el día 10, comunicó lo resuelto a Calderón de la Barca y junto con el tacneño José Gómez, prepararon la insurrección, que debió postergarse unos días por razones técnicas. (16)

Belgrano, con su eficaz despliegue de agentes a lo largo de Desaguadero y en el Bajo Perú, se dirigió una vez más a estos pueblos por medio de una proclama donde les daba cuenta del desafortunado encuentro en Vilcapugio. El 2 de octubre, encontrándose en Toro, manifestó a los vecinos los pormenores de este hecho, que vio apenas como un contraste, por cuanto reuniendo los dispersos en Chantaya junto con las divisiones de este lugar y de Cochabamba se aprestó a volver contra el enemigo. Y exclamó:

“Lo que ahora es, que no se amilanen, que tengan confianza, y que trabajen con anhelo para mantener el fuego sagrado del patriotismo; hemos de ser libres e independientes, mejor diré, ya lo somos, y ni esto ni otro contraste ha de cambiar la suerte que el mismo Dios nos ha querido conceder […]”. (17)

En la noche de ese mismo día se produjo la segunda insurrección de Tacna, esta vez encabezada por Enrique Paillardelle, quien se apoderó del cuartel realista luego de apresar al Tcnl. Francisco Suero, subdelegado sustituto del Capitán Antonio de Rivero, que se encontraba, supuestamente por salud, con permiso en la ciudad de Arequipa.

La tropa, en su mayoría criolla, se plegó al movimiento, dando origen a la formación de una compañía que tomó el nombre de Cazadores de Tacna y confiada al Com. José Gómez.

Más Paillardelle, consciente de la audacia del golpe, envió a su hermano Antonio y a Julián Peñaranda al campamento de Belgrano, no sólo para informarlo del suceso, sino también para solicitar ayuda en hombres, armas y municiones. A pesar de las dificultades que estaba pasando, nuestro prócer prometió los refuerzos a breve plazo.

El 10 de octubre, los revolucionarios de Tacna se reunieron en las Pampas de Caramolle nuevamente y enarbolando la bandera azul y blanca de los patriotas de Buenos Aires, aclamaron a Enrique Paillardelle, quien prometió vencer o morir por la libertad de América. En realidad, los tacneños habían hecho flamear la bandera de Belgrano.

Sin perder tiempo, a los dos días se dirigieron a los valles de Sama y Locumba, en busca del lugar propicio para enfrentar a los realistas.

En mala hora, ya que José Gómez -no entendemos si por indecisión o por temor, pero en forma irreflexiva- libero a los jefes realistas Suero y Palacios, a quienes incluso ayudó a huir con la esperanza de un indulto del Virrey, hecho tanto más deplorable cuanto él había sido uno de los gestores principales de la insurrección.(18)

Precisamente, el mismo 3 de octubre, con desconocimiento de la insurrección, el Comandante del Desaguadero, Antonio de Goyburu, escribió una reservada al Marqués de Valde-Hoyos, jefe del gobierno de La Paz, donde demostraba estar muy bien informado del movimiento revolucionario en los departamentos del sur del Perú, a la vez que le imponía de las necesidades inmediatas para la represión y defensa. Como informara:

“[…] han apresado a cinco, se ha descubierto la prevención buena que tenían de pertrechos, y el golpe que iban a dar sublevándose con los Pueblos de Moquegua y Tacna. Entre ellos está preso Rivero y otros abogados y me aseguró el conductor que cuando el Señor General ingresó a aquella ciudad se desapareció Rivero, y no volvió hasta mes y medio de cuando se ausentó y se tiene por cierto haya ido a verse con Belgrano. Todos estos movimientos son fomentados y animados por quien V.E. no ignora pues desde que salió de esa y fue a Arequipa tenemos estas novedades, y es capaz de revolver todo el mundo cuanto más aquella ciudad; ésta y los alzados de esa se comunican mucho y necesitamos doblar nuestro cuidado porque la cosa vaya también por la retaguardia. En el acto debían de quitar de Tacna aquel Subdelegado que es hermano de Rivero, y poner un sujeto de calzones y de carácter con doscientos hombres bien disciplinados, artillería, etc., pues por aquella parte tienen comunicación con los enemigos caminando por la provincia de Carangas […]”. (19)

Dos días más tarde, los independientes consiguieron interceptar un oficio del marqués al Brig. Joaquín de la Pezuela (La Paz, 5 de octubre), advirtiéndole que los patriotas utilizaban como arma efectiva la seducción, la que empleaban tanto el Grl. Belgrano como sus subordinados. (20)

Por su parte, Julián de Peñaranda, que actuaba como representante de los independientes de las costas occidentales del Perú, escribía a Belgrano dándole razón circunstanciada de los últimos acontecimientos a partir del 3 de octubre. Desde Potosí, adonde se había trasladado, tomó la precaución de destruir la documentación, temeroso de ser asaltado por el gran número de desertores.

Le informaba del bando dado a conocer por el enemigo el día 4, de entregar las armas que tuvieren los vecinos, bajo la amenaza de ser ajusticiados y particularmente, con una moral óptima en las circunstancias que vivían le urgía para que le enviara armamento y caballos, a la vez que le aseguraba el apoyo con mil hombres “aguerridos, disciplinados, valientes y entusiastas […] sin contar 6.000 más que se comprometen a resguardar aquellos suelos”. (21)

En tanto que éste, desde su cuartel general en Macha, se apresuraba a enviar una nueva proclama a los patriotas peruanos, modelo de sencillez y elocuencia. (22)

Estos mensajes que con tanta asiduidad dirigían nuestros próceres a los pueblos, son signos evidentes del carácter continental del movimiento emancipador.

Siempre hemos tenido la impresión de que Belgrano, con sus trabajos fructíferos o desgraciados, se había dedicado sin cortapisas a la defensa de una nueva forma de vida para las Provincias del Río de la Plata, ajena a la voluntad y el dominio de la autoridad de España; pero además, no hay una sola proclama que no demuestre su ideario americanista, y este pensamiento y sentimiento no surgió en forma espontánea al ritmo del curso de los acontecimientos, sino que había crecido y madurado a lo largo de toda su educación. Nació con sus estudios en España y se afianzó a través de su responsabilidad como Secretario del Consulado. El ataque inglés al Río de La Plata en 1806-1807 incidió profundamente en su vida, como una realidad que providencialmente evitó que cambiáramos de dueño, y la invasión napoleónica a España fue sólo el detonante de una decisión difícil ya de retrotraer.

Don Manuel Belgrano no conoció, no concibió otra patria que América y ese fue su pensamiento en 1810, en 1813 y en 1820.

Por ello, pudo comunicar las últimas novedades al Cabildo de Buenos Aires, que reflejaban su más pleno optimismo, particularmente al contar con la adhesión de Arica y Tacna. (23)

Y en el informe al Poder Ejecutivo sobre la situación del Alto Perú, le advertía que la causa independiente se extendía rápidamente en Huamanga, Cuzco, “todas las ciudades” y hasta Lima. “Todo lo decidirá -dice- los sentimientos de los americanos que aún desean libertarse del Despotismo […]”. Para ello -reflexionaba- “se necesita tiempo, constancia y toda clase de apuros, para conseguir tan preciosos bienes, y sostenerlos como corresponde”. (24)

Sólo quien conoce este teatro de operaciones tan magistralmente trazado por Belgrano, puede comprender la profunda reflexión expresada. Y tanto es así que Enrique Paillardelle, el 31 de octubre, enfrentó en el Campo de Camiare, con apenas 500 hombres, a las tropas realistas enviadas desde Arequipa al mando del Cnl. José García de Santiago. La acción resultó adversa a los patriotas, pero Paillardelle no perdió el ánimo porque esperaba el auxilio prometido por Belgrano. Así se lo hizo saber al Alcalde de Tacna, Calderón de la Barca.

El ayuntamiento, lejos de organizar la defensa de la ciudad como le pedía aquel, la abandonó huyendo hacia el altiplano.

Paillardelle, que llegó el 2 de noviembre a Tacna, con harto desencanto, se encontró con la defección de las autoridades y al comprender que toda la resistencia sería inútil, en especial, luego de tener noticias del desastre de Vilcapugio, abandonó la ciudad en el mismo día para unirse al ejército de Belgrano. (25)

Arequipa, Moquegua y Arica desistieron finalmente de su entusiasmo inicial, lo que movió a Belgrano a reflexionar: “Ansían por la libertad e independencia, pero quieren que sea a costa de sangre ajena”. Estas amargas expresiones se traducirían en el informe que elevó al Gobierno para notificarle la marcha de la revolución.

“[…] falta mucho todavía para que los americanos salgamos de la esfera de degradación en que estábamos, y que nuestro espíritu tome aquel vuelo, que lo haga superior a perder las ridículas comodidades de nuestra vida, por otra parte muy llena de vicios.

Por una carta que se interceptó de Pezuela, sé que no mandó más que cien hombres para sujetar aquel pueblo y si hay allí alguna constancia, y los nuestros llegan a tiempo, espero que la revolución continúe con otra fuerza, y haga otros progresos, pues los pueblos no se contentan, si no ven a los soldados de la Patria.” (26)

Todavía abunda Belgrano en otras reflexiones sobre el particular, siendo su parecer que mientras no se venciera al ejército de Lima, toda empresa estaría plagada de dificultades.(27)

Belgrano, no obstante, sin darse por vencido, en sendas proclamas dirigidas a ambos pueblos, les recordaba el esfuerzo realizado por Tacna. (28)

Al mismo tiempo, reconociendo el papel protagónico representado por Enrique Paillardelle, lo incorporó, al igual que a su hermano Antonio, al Ejército Auxiliar del Perú. Además, le mantuvo el grado de Teniente Coronel que ya poseía, destinándolo a las compañías sueltas de línea. (29)

Conviene recordar que este decidido patriota, de temprano y triste fin en Montevideo, fue autor de uno de los tantos planes de operaciones que circularon para derrotar a los realistas. Redactado en Mojos, el 29 de noviembre de 1813, y elevado al Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de La Plata, no se conoce ninguna versión que le haya asignado importancia. Tampoco el Brig. Belgrano hizo comentario alguno al respecto. Sin embargo, en algunas apreciaciones, tiene reflexiones atinadas.

Luego de reseñar su participación en el movimiento emancipador en el Virreinato del Perú, proponía la fortificación del puerto de Arica, tan importante para las operaciones futuras de los independientes, a la vez que impediría a Pezuela se reunieran los auxilios que necesitaba. Además, desde Arica promovió la libertad de los negros y considerando que éstos pasaban de los ochenta mil, podían mantener controlado el ejército realista al entorpecer a las divisiones del norte y del sur que se podían agrupar. Lima era posible sitiarla hasta sus mismas murallas.

Pero Paillardelle estimaba que de aprobarse la libertad de los negros, igualmente se podía formar un ejército de ochenta mil hombres, encendiendo el espíritu emancipador a lo largo de toda la costa del Perú. Desde este lugar, proponía insurreccionar el Cuzco “y demás Provincias”.

Ahora bien, suponía que el factor decisivo de esta empresa tenía que estar asegurado por medio del avance de las tropas embarcadas en Valparaíso, operando en el Bajo Perú. A la vez, proponía que en forma paralela el Brig. Belgrano tenía que alcanzar Suipacha con un ejército de igual cantidad de hombres.

Para el caso de que el enemigo se retirase hacia la costa, Paillardelle avanzaría sobre Potosí, pero al abandonar los puntos ocupados, los patriotas a su mando se internarían a esa ciudad a través de La Paz y Oruro. Por el contrario, si los realistas se mantuviesen en Potosí, entonces Paillardelle proponía apoderarse de Puno, el Desaguadero, La Paz y Oruro, mientras Belgrano viniese en su busca por el Despoblado.

Asimismo, entendía que si el sitio impuesto a Montevideo impidiese a Buenos Aires prestar el apoyo de los mil hombres solicitados, podían salir de la Capital la mitad y otros tantos de Chile, o bien que este país facilitase todos los hombres.

Este plan siguió abundando en otros aspectos, tales como el de la formación de la escuadra y del armamento, aunque no arriesgaba ninguna consideración acerca de los fondos necesarios para llevar a cabo la empresa, pero concluía su proyecto con apreciaciones que revelaban su gran confianza y admiración por el Jefe del Ejército Auxiliar del Perú:

“Nada necesitó el Exmo. Señor D. Manuel Belgrano para que me arrojase a los peligros de que me he visto rodeado, y aunque quisiera hacer presente a V. E. verbalmente las utilidades de poner en planta mis proposiciones no lo puedo verificar sin expresa licencia de V. E. por hallarme al lado del Exmo. señor D. Manuel Belgrano sobre lo que resolverá V. E. lo que fuera de su agrado […]”. (30)

Aunque no existan constancias de que haya participado en Ayohuma, lo cual es poco probable, en cambio Paillardelle tuvo a su cargo un comando de guerrilla de la división de Manuel Dorrego, desde la avanzada de Yala. El enemigo, superior en número, consiguió hacerlo retroceder hasta el río Reyes, donde otra partida, al mando del Teniente Ferreyra con cincuenta hombres, defendió el paso. Entre ambos consiguieron derrotar a los realistas dificultando su avance, a lo que contribuyó también la crecida del río.

El parte de Dorrego es por demás elocuente:

“El Teniente Coronel D. Enrique Paillardelle, y demás oficiales agregados a esta división, se han comportado con toda energía; y sin duda, si aprovechándonos de la ventaja del terreno, y bizarría de los oficiales y tropa hubiéramos dado acción, sin disputa hubiera sido arrollado el enemigo, pero las órdenes de V. E. para no emprenderla sino con conocida ventaja, cuando no éramos ni aún la mitad, igualmente que la escasez de municiones, me hicieron retirarme, entrada la noche, a los cerrillos, y de allí a este punto, desde donde mis partidas volantes sobre el Río de Arias le incomodan incesantemente privándole de todo recurso […]”. (31)

Belgrano, desde Ticucho, escribía a San Martín el 26 de enero de 1814, ignorante todavía de que éste había sido designado jefe del Ejército Auxiliar del Perú en su reemplazo, variando así la decisión inicial del gobierno, de nombrarlo su segundo, y le adelantaba las noticias de las medidas que estaba tomando con toda urgencia para la reorganización del ejército. Le informaba que había ordenado reunirse a su plana mayor a Paillardelle, para que se hiciera cargo del Comando de Artillería. (32)

Como vemos, el puente tendido desde Salta al Segundo Grito de Tacna mostraba a las claras las notables dotes militares de que hizo gala Don Manuel Belgrano a favor de la causa continental.

Concibió con meridiana certeza una acción conjunta que debía movilizarse en forma sincrónica en uno de los focos más intensos de concentración realista, el actual noroeste argentino, el Alto y el Bajo Perú, propósito que fue declarado por el mismo Calderón de la Barca a San Martín, el 13 de octubre de 1821:

“[…] el año 1813, de orden del Señor General en Jefe Don Manuel Belgrano, hice yo mismo la revolución en dicho partido (Tacna) y fui nombrado por dicho señor y por el pueblo Gobernador y Comandante militar de allí, como lo acreditan los oficios que me pasaron el referido Señor Belgrano y el Vicario de aquel pueblo”.

No fue pues una coincidencia, sino un plan bien concebido y que respondía al ideario y proyección americana de nuestros próceres.

Por su parte, el Alto y el Bajo Perú, donde predominaba el elemento indígena, tenía una ideología bien definida acerca de la sociedad y de sus autoridades.

Se puede argüir que estos hombres no traían principios nuevos, y aún los había que no tenían ideas claras, pero tenían conciencia de que había que revertir los hechos y crear una suerte de libertad frente al envejecimiento del dominio español en tierras americanas.

Entre ellos se destacaba, precisamente, Manuel Belgrano, por su infatigable desvelo, tan humilde en las victorias como sereno en las derrotas.

Vilcapugio y Tacna fueron contrastes previsibles dentro de los azares de la guerra, pero casi inevitables, cuando el curso de los acontecimientos estaban indicando una nueva realidad para Iberoamérica.

Y es por esto, que ninguna de las dos acciones se perdieron en el olvido y en la frustración. Antes bien, en 1814 Mateo Pumacahua promovía una nueva rebelión en el Cuzco que extendería al año siguiente a Arequipa. Corridos poco más de diez años, la tenacidad de los patriotas aseguraba la suerte del continente, aunque se insumieron ingentes sacrificios. 

+Notas bibliográficas

1. CACERES VALDIVIA, José, “Actos precursores de la emancipación peruana” en CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS MILITARES DEL PERU (CEHMP), Revista Nº 19, Lima, 1971, p. 57.

2. Ibidem, p. 59.

3. MELI, Rosa, “Legajo militar del Brigadier General Manuel Belgrano” en Anales del Instituto Belgraniano Central de la República Argentina, Nº 1, Buenos Aires, 1979, p. 126.

4. “Memoria del General Don Juan Pardo de Zela, español al servicio de Buenos Aires y del Perú” en ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Boletín Nº XXXIV, 1ª Sección, Buenos Aires, 1964, pp. 403-404.

5. Ibidem, p. 407.

6. Ibidem, p. 410.

7. Ibidem, pp. 410-411. Pardo de Zela se refiere, sin duda, al general y político discípulo de Platón, quien luego de su brillante triunfo en la batalla de Nasós (376 a.C.), al mando del ala izquierda de la flota griega, fue elegido estratega 45 veces, al decir de Plutarco, estando Atenas al borde de la anarquía y a punto de perecer, y convencido de la incapacidad del pueblo, de vivir de momento en democracia, equivocaba Demóstenes al decirle: “Te quitarán los atenienses la vida, oh, Foción”. Veinte años más tarde, restaurada la democracia, Foción fue hecho prisionero y juzgado por traición, siendo condenado a muerte. Las penurias que se sucedieron, hicieron comprender a su pueblo la lealtad que siempre había guardado a la patria.

8. ARCHIVO GENERAL DE LA NACION, Sala X, 3-2-3, Ejército Auxiliar del Perú, 1813.

9. Potosí, agosto 26 de 1813, AGN, X, 3-10-6 y Gaceta Ministerial del 22 de septiembre de 1813, p. 530.

10. Buenos Aires, 24 de septiembre 1813, AGN, X, 3-2-3.

11. BELGRANO, Mario, Historia de Belgrano, publicado por la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1944, pp. 194-196.

12. GARCÍA CAMBA, Andrés, Memorias del General García Camba. Para la historia de las armas españolas en el Perú. 1809-1821, Biblioteca Ayacucho, Madrid, América, 1916, p. 156.

13. CAVERO EGUZQUIZA, Ricardo, Discurso pronunciado en el Cuarto Congreso Internacional de Historia de América, organizado por la Academia Nacional de la Historia, t. I, Buenos Aires, 1966, p. 165. MELI, Rosa, “Guerra de recursos en la campaña sanmartiniana del Perú”, Separata del Boletín Informativo Nº III-IV de la DIRECCION DE ESTUDIOS HISTORICOS DEL EJERCITO, Buenos Aires, 1970, p. 130 y ss.

14. JUNTA DE HISTORIA Y NUMISMATICA, Gaceta de Buenos Aires, t. III, 1910, p. 530.

15. En el plan presentado al gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 29 de noviembre de 1813 desde Mojos, Paillardelle dice que en Francia sirvió en la Marina desde 1796 hasta 1802, como alférez.

16. CEHMP, Revista Nº 19, ob. cit., pp. 62-63. Tanto Cavero Egúzquiza como Cáceres Valdivia, afirman que Belgrano y Paillardelle se entrevistaron en Vilcapugio el 26 de agosto. Sin embargo, este dato está errado, pues el mismo Pardo de Zela dice en su Memoria que recién el 29 de septiembre Belgrano ocupó esta llanura.

17. AGN, X, 3-2-3.

18. CACERES VALDIVIA, J., ob. cit., pp. 63-64.

19. AGN, X, 3-2-3, La grafía de las palabras fue modernizada.

20. Ibidem y Gaceta de Buenos Aires, ob. cit., p. 567.

21. Potosí, 18 de octubre de 1813. Ibidem, t. III, pp. 567-568.

22. Macha, 21 de octubre de 1813. Ibid., p. 567.

23. Macha, 29 de octubre de 1813. MUSEO HISTORICO NACIONAL, Año 1813, Doc. 170.

24. AGN, X, 3-10-6 y Gaceta, ob. cit., pp. 64-65.

25. CÁCERES VALDIVIA, J., ob. cit., pp. 64-65.

26. AGN, X, 3-10-6, Macha, 5 de noviembre de 1813.

27. Ibidem.

28. Ibid.

29. 30 de diciembre de 1813. AGN, Tomas de Razón (1740-1821), Buenos Aires, Kraft, 1925, p. 650.

30. AGN, Documentos referentes a la Guerra de la Independencia y Emancipación Política. De la República Argentina y de otras naciones de América a que cooperó desde 1810 a 1828, t. 3, Buenos Aires, Ricardo Radaelli, 1917, pp. 223-225.

31. 17 y 22 de enero de 1814. AGN, División Nacional, Guerra, 1811-1816, Partes de batalla de Manuel Dorrego a Belgrano.

32. ANH, Epistolario belgraniano, Recopilación de María Teresa Piragino, Buenos Aires, 1970, p. 247.

33. MENDOZA, Samuel R., “La insurrección de Tacna” en CEHMP, Revista del Instituto Ramón Castilla, Nº 6, Lima, 1961, p. 119. 

+Bibliografía consultada

ARCHIVO GENERAL DE LA NACION, Sala X, 3-2-3 y Sala X, 3-10-6.

IBIDEM, División Nacional, Guerra 1811- 1816, Partes de batalla de Manuel Dorrego a Manuel Belgrano.

IBIDEM, Documentos referentes a la Guerra de la Independencia y Emancipación Política. De la República Argentina y de otras naciones de América a que cooperó desde 1810 a 1828, t. III, Buenos Aires. Ricardo Radaelli, 1917.

IBIDEM, Tomás de Razón. 1740 a 1821, Buenos Aires, Kraft, 1925.

ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Epistolario Belgraniano (recopilación de María Teresa Piragino), Buenos Aires, 1970.

BELGRANO, Mario, Historia de Belgrano. Academia Nacional de La Historia, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1944.

CACERES VALDIVIA, José, “Actos precursores de la Emancipación Peruana” en CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS

CAVERO EGUZQUIZA. Ricardo, Discurso pronunciado en el Cuarto Congreso Internacional de Historia de América, organizado por la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1966.

GARCIA CAMBA, Andrés, Memorias del General García Camba. Para la Historia de las armas españolas en el Perú. 1809-1821, Biblioteca Ayacucho, Madrid, América, 1916.

JUNTA DE HISTORIA Y NUMISMATlCA, Gaceta de Buenos Aires, t. III, 1813, Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, 1911.

MELI, Rosa, “Legajo militar del Brigadier General Manuel Belgrano” en Anales N° 1 del Instituto Belgraniano Central de la República Argentina, Buenos Aires, 1979.

IBIDEM, “Guerra de recursos en la campaña sanmartiniana del Perú”, Separata del Boletín Informativo de la Dirección de Estudios Históricos (hoy Servicio Histórico del Ejército), Nº III-IV, Buenos Aires, 1970.

MENDOZA, Samuel R., “La insurrección de Tacna” en CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS MILITARES DEL PERU, Revista N° 6 del Instituto Ramón Castilla, Lima, 1961.

PARDO DE ZELA, Juan, “Memoria del General Don Juan Pardo de Zela, español al servicio de Buenos Aires y del Perú” en ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Boletín N° XXXV, la. sección, Buenos Aires, 1964.

RIQUELME, Norma Dolores, “Vilcapugio: una batalla indecisa” en ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Cuarto Congreso Internacional de Historia de América, t. IV, Buenos Aires, 1966.

SENADO DE LA NACION, Biblioteca de Mayo, t. XV. Guerra de la Independencia, Buenos Aires, 1963, pp. 13.264 y 13.266.

 


* Este artículo, publicado en Anales Nº 6, Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano, 1993, pp. 37-50, fue reeditado, dado que esta obra se encuentra agotada, en Anales Nº 14 disponible en la Biblioteca del I.N.B. y en su formato digital haciendo click aquí


Sugerimos visitar el contenido audiovisual vinculado a esta publicación “Segunda Rebelión en Tacna en 1813, Enrique Paillardelle”, realizado por Augusto Tamayo, haciendo click aquí

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