Juan Bautista Alberdi fue un admirador del General Don Manuel Belgrano, pues tucumano de origen en sus Obras Escogidas ha dejado sus impresiones y conceptos con respecto a la presencia de Belgrano en el suelo tucumano. Describe el carácter físico y moral del Tucumán de entonces, brindándonos un cuadro vivo de los dones que la naturaleza prodigó a esa tierra. Elogia el temperamento tucumano y nos cuenta, entre otras, una anécdota singular.
Presenciaba el General Belgrano el ejercicio de tiro de cañón, y reparó que en un foso de una vara de hondura abierto al pie del blanco estaba lleno de muchachos reunidos para recoger las balas. Viendo que aquellos insensatos, lejos de esconderse a la señal de fuego, esperaban la bala con un desprecio espantoso, el General, incomodado y asombrado, llamó a un edecán y le dijo: “Vaya Usted y arrójeme a palos esos héroes, que se dignen por piedad, a lo menos, hacer caso de las balas”.
No se puede objetar inexperiencia, había ya algunos años que los muchachos gustaban del humo de la pólvora. Eh ahí la infancia tucumana. Belgrano tenía una opinión definida respecto a la educación de esos jóvenes y trataba que ésta fuera uno de los pilares fundamentales para encauzar la vida de éstos.
Véase: Juan Bautista Alberdi, Obras escogidas, t. VII, Memorias e impresiones de viaje. Editorial Luz del día, Buenos Aires, 1953.
Alberdi reseña el carácter de los habitantes del Tucumán. Valoriza la actividad de las mujeres, su belleza y voluptuosidad, mezcla de sensibilidad, candor, simpatía y encanto.
Destaca la falta de hombres en su población porque la revolución había sido un gran azote. Estos tienen quizá menos valor, vanidad y presunción. Sin embargo, poseen una gran sagacidad, destacada por los viajeros. Ningún sistema literario hizo progresos en Tucumán como el Romanticismo: genio melancólico, sentimientos e ideas nuevas, imaginación ardiente y sombría al mismo tiempo, constituyen el elemento distintivo. Los cantos y versos rudos poseen una eterna melancolía que gana al que los escucha, tanto como el amor a la Divinidad, y donde la libertad alcanza una gran valoración.
El General Belgrano era un alma muy sensible a los encantos de la música, como a las impresiones de la Gloria, por ello mandó a suspender una serenata que le daban las músicas de la naturaleza, en la noche de la víspera de su partida. Una ansiedad sofocó su pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Cuando visitaba por postrera vez los campos vecinos al Aconquija, puso en aquella hermosa montaña una mirada llena de amor, y bajando el rostro exclamó: “Adiós por última vez montañas y campos queridos”. Desde entonces los terremotos se dieron con frecuencia. Tal vez, eran los llantos del monte. El General Belgrano amaba aquellas serranías. Quién sabe si no era nacido de la semejanza con la magnitud de su alma.
Así se despedía de aquel bello Tucumán donde él sabía muy bien que no había pereza en ese pueblo, sino calma, melancolía. De allí que el pensamiento esté en constante movimiento. Entendía Belgrano que los pueblos grandes, como los grandes hombres, son la obra de los favores de la naturaleza.
Véase: Juan Bautista Alberdi, Obras escogidas, t. VII, Memorias e impresiones de viaje, Editorial Luz del día, Buenos Aires, 1953.
Alberdi recorría insistentemente los lugares por los que había transitado y vivido el General Belgrano en Tucumán. En los Anales del Tucumán, se advierte que la salvación de la libertad argentina es debida a la victoria obtenida en 1812 en el Campo de la Ciudadela. Deberían ir al Tucumán, los que quieran visitar el templo bajo el cual en 1816 un Congreso de héroes juró a la faz del mundo que amábamos más la muerte que la esclavitud. Todos estos hechos, a la par que prueban la fortuna de Tucumán, demuestran el crédito de nuestra causa a los ojos del Cielo, por haber dado a sus monumentos tan feliz ubicación.
En relación a la casa de Belgrano, el pasto la había cubierto y si no fuera por ciertas eminencias que quedaban de los cimientos y paredes derribados, no se podría saber el lugar preciso. Muy cerca se halla el campo llamado de Honor, porque en él se produjo en 1812, la victoria que cimentó la Independencia de la República. Este campo es una de las preciosidades que encierra Tucumán. Prodigiosamente plano, cubierto por una espesa grama, es limitado en todas direcciones por un hermosísimo valle, donde se advierten bosques de aromas y alfombras de flores. Es un vasto anfiteatro como si el cielo le hubiera construido de profeso para las escenas de un pueblo heroico. Después de describir las distintas especies naturales, el cielo y los colores, señala Alberdi que este campo hará eterno honor a los tucumanos y deber ser conservado como un Monumento a la Gloria Nacional. Conmueve a los extranjeros que lo visitan. A dos cuadras de la antigua casa de Belgrano está la Ciudadela. Hoy no hay músicas ni soldados, los cuarteles derribados están llenos de triste soledad. Un viejo soldado de Belgrano no abandona las ilustres ruinas. Levantó su rancho y habita con su familia en medio de los recuerdos y de antiguas glorias.
Véase: Juan Bautista Alberdi, Obras escogidas, t. VII, Memorias e impresiones de viaje, Editorial Luz del día, Buenos Aires, 1953.
Los recuerdos traen la sombra de Belgrano. A su ejército disciplinado por la acción de los ejercicios militares y espirituales. Se lo ve a Belgrano aparecer cortejado por sus oficiales y la tropa.
Belgrano fue un ilustre hombre a quien la Patria debe enormes beneficios: “Si la juventud y las generaciones que la sucederán han sido el principal objeto de mis esfuerzos, y son los fundamentos de la esperanza que me anima, del honor y crédito de mi Patria y del restablecimiento de sus mejoras y progresos.”
Por nosotros el virtuoso General Belgrano se arrojó en los brazos de la mendicidad, desprendiéndose de toda su fortuna, que consagró a la educación de la juventud, porque sabía que por ella se debía dar principio a la verdadera revolución. Es importante el papel que nos espera a los ojos de los Padres de la Patria, del Mundo y de la Historia. ¡Oh no ¡Augusta sombra de los mártires de la libertad, ilustres viejos de la Revolución de Mayo no debéis dudar que vuestros altos designios serán coronados por una bella juventud que ame la libertad.
Véase: Juan Bautista Alberdi, Obras escogidas, t. VII, Memorias e impresiones de viaje, Editorial Luz del día, Buenos Aires, 1953.