Belgrano y...

Güemes

Belgrano y Güemes tendrán ambos una actuación destacada en los sucesos que se vivirán en las Provincias Unidas del Río de la Plata, a partir de 1810. Previo a ello, participaron en las jornadas de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires en las Invasiones Inglesas. Belgrano, en esos momentos era Secretario del Consulado de Buenos Aires, y tuvo que suspender momentáneamente su actividad. Asimismo, como capitán honorario de milicias tenía la obligación de empuñar las armas en defensa de la comunidad, lo que efectúa con entusiasmo. Belgrano acepta ser soldado, según lo expresa en su Autobiografía, para que no se creyese que “repugnaba los riesgos”. El entonces teniente Martín Miguel de Güemes, vino a Buenos Aires, con un contingente de caballería en defensa de la capital. Güemes, al frente de un piquete de Húsares, realizó una hazaña militar increíble: el abordaje de un buque inglés, Justina, y el apresamiento de toda la tripulación, sorprendida en sus maniobras para escapar a la bajante del río y reconstruir la arboladura destruida como consecuencia de un certero disparo de artillería efectuado por Liniers el día anterior.1

Expulsados los ingleses, Güemes no tarda en retornar al terruño, y Belgrano, por su parte, reanuda sus actividades consulares.
A raíz de los sucesos de 1810, se da la lucha entre realistas y patriotas. Cabe recordar que con fecha 8 de agosto de 1776 se había creado el Virreinato del Río de la Plata, que comprendía las gobernaciones de Buenos Aires, Tucumán, Paraguay y Alto Perú, extensísimo territorio que por la Real Ordenanza de intendentes de 1782 fue subdividido en las Intendencias de la Paz, Potosí, Cochabamba, Charcas, Buenos Aires, Córdoba, Salta y Paraguay. A la de Salta, que comprendía entonces Nueva Orán, Jujuy y Tarija, le tocaría jugar un importantísimo papel en la guerra de la independencia.

Las desinteligencias entre Rondeau y Güemes habían abierto una brecha peligrosa frente al enemigo. Afortunadamente, ambos se reconcilian y evitan grandes la consumación de una tragedia. La noticia llenó de júbilo al país y especialmente al general San Martín, quien, desde Mendoza, escribió al diputado Godoy Cruz: “Más de mil victorias he celebrado la mil veces feliz unión de Güemes con Rondeau. Así es que las demostraciones en ésta sobre tan feliz incidente se han celebrado con una salva de 20 cañonazos, iluminación, repiques y otras cosas”.2

El 3 de mayo de 1816, el soberano Congreso, reunido en Tucumán, designa director supremo del Estado al brigadier Juan Martín de Pueyrredón quien, designó al general Belgrano para hacerse cargo, nuevamente, del Ejército del Norte, en reemplazo de Rondeau.
Es a partir de ese momento en que el general Martín Miguel de Güemes será su aliado, su amigo, su jefe de vanguardia y subordinado fiel y respetuoso.

Mucho se ha escrito sobre el real alcance de la amistad y recíproca colaboración de ambos próceres. Las pasiones de la época esparcieron sus dudas. Felizmente, hoy contamos con inmensa documentación que durante años estuvo inédita y dispersa, que nos permite aclarar las dudas. Al Epistolario Belgraniano, publicado por la Academia Nacional de la Historia en 1970, debemos agregar después la monumental obra Güemes documentado, que consta de doce tomos iniciados por el ilustre Doctor Luis Güemes y proseguidos por sus dignos descendientes.

Lo único cierto de las supuestas desavenencias entre ambos, es un episodio puramente anecdótico y disciplinario, que ha querido magnificarse hasta el infinito. Mientras Belgrano reorganizaba el ejército en Tucumán, antes de la famosa batalla, Güemes fue protagonista de un episodio amoroso, que tuvo seria repercusión y motivó la enérgica reacción de Belgrano, quien llegó a separarlo de las filas de su ejército, trasladarlo a Santiago del Estero y luego a Buenos Aires, cortando así las andanzas donjuanescas del joven oficial.

Este fue el único entredicho conocido y que, como lo menciona la historiadora salteña Esther María Torino, no fue obstáculo para que Güemes volviera a las filas y actuara después junto a Belgrano en los momentos más cruciales (1816-1817) haciendo gala de su lealtad y subordinación.

Güemes retornó a su terruño cuando el gobierno envió fuerzas a órdenes de San Martín, para reforzar el ejército derrotado en Vilcapugio y Ayohuma (1813), razón por la cual no pudo participar en los triunfos de Tucumán y Salta.

Como teniente coronel graduado y por orden de San Martín ocupó el cargo de comandante de avanzadas de Salta por el lado del río Pasaje, que muchos años después, por iniciativa del coronel Marcos Paz, recibiera el nombre de Juramento.

El 6 de mayo de 1815, el Cabildo de Salta, a petición del pueblo, lo designa gobernador provisorio de la Intendencia, en reemplazo de Fernández Cornejo, nombrado por Rondeau. Güemes, mientras tanto, consolidaba su situación política y militar. El ejército de Güemes estaba compuesto por gauchos, sin forma ni espíritu castrense propiamente dicho, pero que, a la primera clarinada de su jefe, con el primer potro y la primera lanza, chuza o boleadora, surgían en tropel de los bosques y cerros, dispuestos a jugar la vida en la patriada.

Güemes, no sólo tuvo que enfrentar al poderoso enemigo exterior, sino también a la oposición interna, que amenazaba derrumbar los logros de su patriótica labor.

Güemes era un caudillo y defensor de los fueros provinciales, pero eso sí, sin atentar jamás contra la unidad de la Nación. Güemes tuvo la gloria de defender la integridad del país.

Nueve invasiones consecutivas sufrió la frontera norte del país, desde 1812 a 1821. Hasta 1814 la resistencia estuvo a cargo del comandante José Apolinario Saravia, que tan útiles servicios prestó a Belgrano y a su ejército en la marcha hacia Salta en 1813, guiándolos por la ruta de Chachapoyas. A las milicias de Güemes les correspondería la gloria de derrotar las últimas seis invasiones realistas, al mando de Pezuela, en 1814; De Serna, en 1817, la más formidable de todas, dado que contaba con más de seis mil hombres; Olañeta, en 1817; Canterac, en 1820 y, por último, Olañeta, nuevamente, en 1821, donde Güemes, ganaría la última batalla después de muerto.

El casi centenar de cartas intercambiadas entre Belgrano y Güemes durante 1816 y 1817 revelan invariablemente el tono amistoso y sincero con que ambos encaran los problemas propios de sus respectivos roles en la conducción de la guerra.

Belgrano, atrincherado en Tucumán, no podía satisfacer todas las justas demandas de su jefe de vanguardia. Este lo comprendía y remediaba las penurias, urgencias y sinsabores, apelando muchas veces a la guerra de recursos.

Los intereses enemigos trataban de minar la confianza recíproca fomentando intrigas y recelos. A pesar de ello, Belgrano confió plenamente en la honradez y la capacidad de Güemes para ejecutar sus planes, que a veces surgían de consultas recíprocas y otras eran improvisados y ejecutados por Güemes siguiendo el calor y la velocidad de los acontecimientos.
Cuando el jefe salteño dividió sus fuerzas en tres secciones para mejor defender el territorio, Belgrano aprobó la medida, escribiéndole el 18 de agosto de 1816: “Yo creo muy importante para el mejor orden la concentración del mando y no menos la de las fuerzas…Todos los jefes que tiene Ud. o en posiciones o en observación …deben entenderse con Ud., pedirle lo que falte…para que Ud. me dé las noticias y vayan por sus conductos correspondientes los negocios, lo demás será no entendernos…yo pienso no entenderme sino con Ud. en estas materias, como gobernador y comandante general de las fuerzas existentes en la provincia, en una palabra, el conducto principal lo conceptúo a Ud. y a todos los demás los miro como subalternos”.3

Estas amplias facultades de que gozaba Güemes hablan de la confianza que le dispensaba Belgrano.

Cuando Marquiegui y Olañeta tratan de sobornar a Güemes con ilusorios honores y recompensas, él los pone en su lugar y le hace saber a Belgrano las indecorosas proposiciones, diciéndole: “Ríase Ud. un poco mientras ellos renegarán como condenados. ¡Indecentes¡ Habrán creído que sus cuentos y patrañas nos han de hacer mudar de opinión, cuando les hemos dado las pruebas más palmares de nuestra decisión por la libertad o la muerte”4.

La amistad entre ambos héroes es innegable. Lo citado es prueba de ello. Y el lector que quiera hondar en el tema, puede revisar en las obras citadas ese casi centenar de cartas que intercambiaron en los años 1816 y 1817.

  1. Aníbal Jorge Luzuriaga, Belgrano y Güemes. En: INSTITUTO NACIONAL BELGRANIANO, Manuel Belgrano. Los ideales de la patria. Buenos Aires, Manrique Zago ediciones, 1995, p. 148.
  2. Aníbal Jorge Luzuriaga, Belgrano y Güemes, op. cit., p. 149.
  3. Aníbal Jorge Luzuriaga, Belgrano y Güemes, op, cit., p. 151.
  4. Aníbal Jorge Luzuriaga, Belgrano y Güemes, op. cit., p. 151.

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