Es interesante destacar la presencia de la mujer en los Ejércitos Patriotas y en los Realistas. Las “mamitas” altoperuanas, venidas tras las milicias para acompañarlas y servir, ya que el sistema de rancho aún no era conocido, acompañaban a las tropas. Su función era “preparar la comida de sus relacionados” y por eso se las toleraba. Al iniciarse la batalla de Salta, estas mujeres huyeron de la ciudad entre gritos y llantos, anunciando el resultado del encuentro, una victoria tan decisiva de las fuerzas patriotas, que a los 3 días no quedaba español en Salta.
Las mujeres fueron utilizadas como “bomberos” –espías- y al ser descubiertas en algunas ocasiones recibían duros castigos. Belgrano estando acampado en Tucumán, antes de dirigirse al Alto Perú, recibía por intermedio de ellas todas las noticias referentes al ejército realista, así como todo tipo de información venida del Alto Perú.
En las filas patriotas se destacaron muchas mujeres del norte de nuestro país. Una de ellas, Martina Silva de Gurruchaga –1790-1873- llegó a alistar una compañía de soldados en Los Cerrillos, a pocas leguas al sur de la ciudad de Tucumán. Belgrano en recompensa de su accionar, le ofreció un riquísimo manto, en cuya orilla mandó bordar la siguiente leyenda: “A la benemérita patriota capitana del ejército doña Martina Silva de Gurruchaga”. (1)
Apartado Belgrano de la jefatura del Ejército del Norte, a fines de 1813, las mujeres salteñas se destacaron al quedarse en el territorio y servir de enlace con las fuerzas de Güemes. Todas las mujeres participaron de esta epopeya, desde la negra esclava hasta la matrona más encumbrada. Podemos citar entre otras: Juana Moro de López, Celedonia Pacheco de Melo, Magdalena Gúemes de Tejada, hermana de Juan Martín de Gúemes, Juana Torino, María Petrona Arias, Andrea Zenarruza de Uriondo, quines se dedicaron al espionaje. (2)
En esta tradición se inscribe el accionar de Juana Azurduy de Padilla, nacida en Chuquisaca en 1787, quien murió en la misma ciudad en 1862. En el segundo período de la actuación de Belgrano como General en Jefe del Ejército del Norte –1816-1819-se llevó a cabo en el Alto Perú, las Guerras de las Republiquetas: “Cada valle, cada montaña, cada desfiladero, cada aldea, es una republiqueta, un centro local de insurrección, que tiene su jefe independiente, su bandera y sus termópilas vecinales”. (3)
Estos grupos locales se hacían cargo de la lucha contra los realistas. Precisamente, Manuel Ascensio Padilla, esposo de Juana Azurduy, mantenía en insurrección una vasta zona, acompañado por su esposa. Combatieron en Presto, Tarabuco y La LAGUNA. El 14 de septiembre de 1816, los patriotas fueron sorprendidos en Viluma. Padilla murió en la acción, al intentar salvar a su esposa y cayó una de las mujeres que acompañaban a Juana Azurduy. Los realistas la confundieron con ella, ya que llevaba puesta una prenda de Juana. Ambos fueron degollados y sus cabezas expuestas. Juana, quien consiguió escapar herida, se puso nuevamente al frente de las tropas, ahora usando ropa de luto. Realizó campañas en Chuquisaca y Santa Cruz. Sus cargas de caballería, dirigidas al vuelo de su caballo, se hicieron temibles. Belgrano, siempre dispuesto a premiar el valor y el patriotismo, envió un oficio al gobierno de Buenos Aires, en el que se refería a la bandera que Juana obtuvo como trofeo del enemigo, y en contestación le comunicaron que se había expedido el despacho de teniente coronel de milicias partidarias de los Decididos del Perú a la “amazona doña Juana Azurduy”. (4)
Al año siguiente de la muerte de su marido, se retiró a la vida privada en Pomamba, luego fue a Salta, donde vivió hasta 1825, año en que regresó a Charcas. Para trasladarse a Chuquisaca (Charcas), solicitó ayuda al gobierno de Salta, quien por oficio del 2 de mayo de 1825, le otorgó 4 mulas y la cantidad de 50 pesos para los gastos de su marcha.
Posteriormente Simón Bolívar la visitó en su humilde vivienda, acompañado por Sucre, el caudillo Lanza y otros, expresándole su reconocimiento y homenaje. Le otorgó una pensión mensual de 60 pesos, que luego Sucre aumentó a 100. Ésta le fue pagada puntualmente durante dos años; luego debido a la inestabilidad política que se vivía en Bolivia, la cobró en raras ocasiones. Esto le obligó a presentar su queja dado que esa pensión le correspondía por los servicios prestados por ella y su marido en la gesta independentista, y se lamentaba de la crítica situación que estaba viviendo, teniendo una hija a su cargo.
Lamentablemente los últimos años de su vida la encuentran viviendo en condiciones de pobreza. De su actuación en el ejército conservaba una cajita con sus recuerdos más preciados: las comunicaciones de Belgrano nombrándola Teniente Coronel y algunas condecoraciones.
Murió el 25 de mayo de 1862 en su ciudad natal. Sus restos fueron sepultados en una fosa común: “Se sepultó en el panteón general de esta ciudad en fábrica de un peso”, según consta en la partida de defunción. (5)
Muchos años más tarde recién la historia se ocuparía de rendir los honores correspondientes a esta amazona de la libertad americana, la Teniente Coronel Juana Azurduy de Padilla.-
- Lily Sosa de Newton, op. cit., p.p. 54-55.
- Pacho O Donnell, Juana Azurduy. La Teniente Coronela. Buenos Aires, Planeta, 1994, p.p.189-190.Véase también: Emilio Bidondo, Alto Perú: insurrección, libertad; independencia. Buenos Aires, 1989.
- Adolfo P. Carranza, Patricias argentinas. Buenos Aires, 1910 y Lily Sosa de Newton, Las argentinas de ayer a hoy. Buenos Aires, Librería y Editorial L. v Zanetti S.A., 1967, p. 46.
- En otras áreas hispanoamericanas también encontramos mujeres que lucharon en los ejércitos patriotas como las “soldaderas” mejicanas o las “juanas” colombianas. Véase: Lily Sosa de Newton, op. cit. y Bernardo Frías, Historia de Gúemes y la provincia de Salta. Tomos II y III, 1907 Y 1911.
- Lily Sosa de Newton, op. cit., p.p. 53-54.